Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Las ciudades que viven en nosotros

08/09/2021

Hay ciudades que se quedan viviendo dentro de nosotros aunque hayamos dejado de vivir, hace mucho tiempo, en ellas.
Esas ciudades o pueblos son como personas, así llegamos a sentirlos. Me refiero a que podemos tener por estos lugares un cariño que los humaniza a nuestros ojos. Y puede ser como el cariño que tengamos a algún familiar o algún amigo.
En mi caso, una de estas ciudades es Toledo. Solo viví allí seis meses, hace ya unos diecisiete años, en pleno casco histórico. Pero, cada vez que vuelvo, siento que es una especie de amante incondicional que me espera con los brazos abiertos y ataviada con sus mejores galas para recibirme.
Siempre descubro en ella nuevos lugares llenos de encanto, nuevas actividades o vuelvo a recrearme en rincones que tanto me maravillaban cuando habitaba allí y ni que decir tiene que me sigo estremeciendo cada vez que paseo por sus calles estrechas, tan llenas de belleza y de Historia.
Es curioso el influjo que tienen los sitios sobre nosotros: la ciudad donde estudiamos, donde vivimos un tiempo, donde nacimos o nacieron nuestros hijos, nuestro lugar de vacaciones... Hay quien percibe, por ejemplo, que no puede vivir sin el mar, aun habiéndose criado lejos de él y encamina sus pasos a vivir en alguna ciudad o pueblo de costa. O quien tiene claro que quiere y necesita volver a su pueblo de la infancia y no para hasta que lo logra. O quien no puede vivir en un determinado lugar porque su clima no le hace bien a la salud o a su estado de ánimo.
También, como en todo, está la parte contraria. Alguien a quien le ha ido muy mal en un determinado sitio y reúne todos sus esfuerzos para escapar de él porque no puede seguir ahí, con los malos recuerdos. Entonces para estas personas una nueva ciudad puede ser un maravilloso punto de partida.
Es posible que en estas sensaciones nos haya influido también la pandemia. El teletrabajo nos ha hecho ver que también se podría vivir bien en pueblos alejados de grandes ciudades, donde obviamente la calidad de vida es mayor. O ha hecho que se aprecie más la tranquilidad de los pueblos de la infancia o las vacaciones, algunos de los cuales han experimentado aumento de su población por estos motivos.
En un poema dije que la ciudad era como una madre que lloraba cuando sus hijos se marchaban. Es posible que tengan su corazoncito entre sus paredes y calles. Lo que está claro es que ellas y ellos, los pueblos, viven dentro de nosotros.