Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Historias

17/06/2021

La música suena de fondo. Es la radio, pero en la tele. No recuerda qué cadena, pero tampoco importa. Está sentada en la cama con el ordenador en las rodillas; la agenda, a su derecha; diferentes documentos, a la izquierda; y encima de la almohada, el móvil. Sabe que no es el mejor sitio para trabajar, que su columna, aunque apoyada en la pared, se resentirá, que sus piernas también, pero le gusta ese rincón, porque está al lado de una gran ventana. Cuando las horas pesan, se desliza con la habilidad de una serpiente hasta ubicarse en el suelo. Al igual que ella, todo lo esparcido por la cama ocupa una nueva posición: a este lado, al otro… Y continúa sus historias como si nada hubiera pasado, ajena a sus propios movimientos que apenas roban un par de minutos.
Por el día, se refugia en ese rincón por la enorme luz que entra y la posibilidad de parar y observar la rapidez con la que se puede levantar un edificio; día a día, con enormes máquinas, con una estructura, en cadena, cada uno haciendo lo suyo, todos necesarios… Mira siempre como lo hace ahora y se le viene a la cabeza ese caminito por donde desfilan como si fueran un ejército cientos y cientos de hormigas negras, todas en orden y en doble dirección, para desaparecer por un pequeño agujero hacia el interior y las profundidades de la tierra, donde han excavado y construido sus galerías. Un refugio lleno de túneles y pequeñas habitaciones para guardar la comida, almacenar los huevos o proteger a la reina. Y piensa en ese curioso mundo hacia abajo… y, sin saber el porqué, siente cierta presión en su pecho, la misma que en el brazo cuando le toman la tensión.
Por la noche, el lugar escogido vuelve a ser el mismo, porque la luna se cuela y se coloca justo delante de esas obras tan distintas en la mañana, donde a altas horas reina el silencio de una ciudad que duerme y la quietud por la marcha de los obreros. Entonces, suele pensar que está delante de un cuadro, un enorme óleo con vida propia en el que la luna se mueve a su antojo, como sus caóticos papeles, como sus piernas adormecidas al calor del portátil, como su loca cabeza que no para de enredar, de imaginar y de ver lo que no existe. Pero sabe que la gigante grúa sí es real. Y de tanto observarla, inmóvil e inmensa, siente que la invita a enredarse entre sus hierros, a escalarla como si fuera un alpinista hasta lo más alto. E imagina que lo hace, pese a su vértigo y sus miedos.
Y de ese curioso mundo hacia arriba que llega al cielo, vuelve al de las hormigas. Y elige ser pájaro, libre, tanto que, al sentir el viento en su rostro, decide que lo mejor es regresar de sus historias y cerrar esa inspiradora ventana.