Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


El silencio

09/09/2021

No puede dormir. Una pálida luz avisa que pronto va a amanecer. Decide levantarse en lugar de seguir dando vueltas en la cama. Abre la ventana. Una ligera brisa le dice al oído que el día será más fresco. Deja la ducha para la vuelta, también el desayuno. Sobre la silla, el vestido de flores que dejó la noche anterior. Lo coge, se lo pone, lava su cara, recoge su pelo en un pequeño moño y sale a la calle, no sin antes cerrar la ventana y buscar una chaqueta en el armario. 
Camina despacio por calles vacías. Los comercios y restaurantes están cerrados. Nadie pasea; nadie ha decidido cambiar insomnio por belleza; nadie circula por la carretera ni para ir a trabajar ni por placer. No tiene prisa, pero está inquieta. Le gusta sentir el suave viento sobre su rostro; escuchar el silencio tan poco habitual en un lugar turístico como en el que está; sentir el olor del mar mientras más se acerca al paseo marítimo, donde, quizá, sí atisbe algún solitario como ella, o las sombras de un amor furtivo. 
Ahora va hacia la playa. Quita sus sandalias y siente el frescor de una arena que la mañana anterior quemaba. Vuelve a caminar lentamente mientras observa la salida del sol, ese cielo rojizo que avisa con fuerza para ser mirado. Lo hace. Se aleja un poco sin intención, sin rumbo, y en mitad de esa inmensidad que la rodea, se sienta. Oye a las gaviotas, a las olas del mar, al viento, y, sin darse cuenta, escucha también a su corazón acelerado. Decide meditar para calmar el desasosiego que le causa el no poder dormir. Antes de cerrar los ojos, mira de nuevo a ese amanecer que habla y fija su mirada en el reflejo sobre las aguas de un mar sereno que también tiene mucho que decir. Y los cierra; y siente como el silencio la abraza.
No sabe el tiempo que ha trascurrido cuando decide abrir sus ojos. No lleva reloj ni móvil. Hace fresco. Vuelve a sentir la brisa en su cara; se acaricia como si quisiera retenerla. Las personas que se están bañando o paseando por la playa se cuentan con los dedos de la mano. Las temperaturas han bajado, es un día entre semana, los niños han vuelto al colegio y, con el cambio de mes, las vacaciones han acabado para muchos. No para ella, que podrá seguir disfrutando de ese paisaje que se tornará solitario. Se levanta para emprender el retorno. Debe seguir siendo temprano, porque salvo que ha amanecido, nada ha cambiado en su regreso. No hay coches y los comercios siguen sin abrir. Pasea en silencio mientras el susurro del mar se va alejando. Es la primera vez que toma conciencia de sus pasos, de la seguridad con la que avanza, del ritmo de sus latidos, y, sin saber porqué, se siente agradecida. Agradecida en mitad de ese silencio que le habla.