Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


La calle

11/02/2021

La calle es la de siempre pero no lo parece. El silencio impone cuando es obligado. Solo se escuchan sus pasos. Un taconeo lento que refleja la propia lentitud que se respira. La sensación es como si todo se hubiera parado. Imagina un reloj suspendido en el aire sin agujas. un globo azul inmóvil por encima de un coche; un papel blanco a pocos centímetros de la papelera donde debía haber caído. Se pregunta qué le pasa a la calle, la suya, donde ha vivido más de la mitad de su vida. Los árboles sin hojas y con muchas de sus ramas partidas son los decorados perfectos en un escenario sobrio. Cerca hay un colegio, pero los niños deben andar en sus aulas y ni sus voces se escuchan a través de las ventanas abiertas. Quizá corra el aire, pero no llega ni el suficiente ni tan limpio como para sentirse oxigenada. Mira a la derecha y a la izquierda y no se explica ese vacío real, sin gente, sin movimiento, el mismo que siente cuando detiene la imagen como si acabara de hacer una fotografía. La calle es la de siempre pero no parece serlo. Hace tan solo un mes paseaba por estas mismas aceras en busca de los últimos regalos mientras se intercambiaban saludos y buenos deseos. Su caminar se vuelve torpe como el de la anciana que anda desorientada. Se detiene delante de un escaparate. El polvo acumulado de días es lo único destacable. Un par de metros más adelante, unos cartones cubren los cristales de lo que fue una peluquería. Tampoco en la zapatería de toda la vida se exhiben los últimos diseños para hombre y mujer…. Una, otra, otra, otra… y esta, también. Cruza la calle. Un ruido, el primero en el rato que lleva intentando reconocer una calle que es la de siempre pero que no lo parece, invita a girarse. Observa que un autobús verde está llegando a la parada. Ningún pasajero espera. Nadie se baja. El autobús aminora su marcha, pero no se detiene. Se siente aprisionada por tanta extrañeza. Desde su nueva posición mira con detenimiento la acera de enfrente. Desierta e intrigante como un cine abandonado; triste y fría como una sala de espera de un hospital; desolada como si hubiese sido golpeada por una mala noticia. Y se vuelve a preguntar si una calle, sus gentes, sus tiendas, sus fachadas, su vida…puede cambiar tanto en poco más de un mes. Un mes al que antecedieron muchos otros -salvo un pequeño respiro- protagonizados por candados, luces apagadas y números que no cuadraban. La calle es la de siempre, con sus pisos y sus tiendas, pero los escaparates no muestran sus productos ni otros trucos para atraer la atención. La oscuridad y las puertas cerradas hablan: se alquila o se vende. Un mismo cartel para todos; una misma realidad: la de la derrota, la de una calle abatida. Es la de siempre, pero no lo parece.