Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Suicidio

16/09/2021

Su esposa no sabe que está caminando por una vieja carretera por donde ya no transitan coches. Que las curvas son profundas y que no se ven, porque en cada una de ellas se vive la sensación de que se acaba el camino y se cae al vacío. Un fin sin fin que podría serlo en un segundo, ante un simple descuido, ante una decisión meditada, ante un impulso.
No es la primera vez que elige ese impresionante paisaje lleno de precipicios. Busca estar solo, y ahí sabe que la soledad es absoluta. Nadie pasa por ese asfalto abandonado que ya no lleva a ninguna parte. La belleza del lugar, tan grande como el peligro que encierra, le atrae como un imán. Es una lucha interna que en los últimos meses crece y crece como lo hace un girasol. Tan robusto, tan hermoso…para luego caer.  Caer como si volara por esos barrancos en donde las ideas se vuelven locas y los deseos también. Y sabe que no lo puede controlar; y también que ya no puede más.
Ella ha llamado por teléfono para decir que no va a dormir en casa. Lo hará en la de una amiga de toda la vida. A su madre se le pone un nudo en la garganta porque sabe de sus depresiones y no quiere que pase la noche fuera, pero también es consciente de que no puede atarla a la cama. Aislarla del mundo y vigilarla las 24 horas del día, eso haría con todo el amor: mirar a su pequeña y protegerla de esa sensibilidad tan excesiva, de ese mundo que esconde en cada baldosa algo que daña. Llueve. También sabe que los días de lluvia son para bailar con la melancolía y que las calles están escurridizas; y los puentes, también. No escucha las gotas de agua golpeando su ventana, porque los latidos de su corazón son más fuertes. El tiempo pasa lento pese a que el reloj dice lo contrario. Lo va a hacer. Llama a la amiga.  Agarra fuerte el teléfono. Ha dejado de llover en el mismo instante en que ha confirmado que no están juntas.
Contar lo que le está pasando la convertirá en una chivata y entonces crecerán los insultos. Es fácil esconder los cardenales provocados por los pellizcos y algún que otro manotazo. El uniforme se encarga de ello. Los otros golpes, los que siente al leer los mensajes o ver las fotos con aquel chico que se burló de ella, son más difíciles de obviar. Las complicidades se convierten en verdugos cobardes que salen cuando la luz de la luna no brilla. El aprecio se olvida cuando podría salirse de la línea marcada. Y no ve salida en ese túnel sin retorno por el que avanza, perdida, ajena a ese ruido que anuncia la llegada del final.
Precipicios, soledades, rincones, puentes, melancolías, golpes, túneles con o sin salida, miedos, insultos… Suicidio. ¿Cuántas historias ya escritas? Contar, hablar, actuar... ¿Cuántas se podrían cambiar?

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