José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Torre Eiffel oxidada

12/03/2024

Alguien la definió como el pisapapeles de Europa. Acaso para que no volara por los aires y las turbulencias que han cruzado en nuestro viejo continente. Se levantó en menos de dos años con motivo de la Exposición Universal de 1889, para desmontarla después, y hoy a este icono mítico resulta que le amenaza la herrumbre. Que se nos oxida irremisiblemente la Torre Eiffel.
No avisaban de esta alarma las autoridades, ni los ingenieros conservadores, ni las altas academias protectoras del patrimonio, ni las industrias del turismo, ni los altos organismos al uso, no. Fueron los empleados de su mantenimiento, quienes fueron a la huelga, ante el silencio y la "pasividad culpable" de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, decía la crónica del corresponsal. Que el sindicalismo francés es fuerte, reivindicativo y ganador entre los ganadores es algo bien sabido, ahí están sus múltiples conquistas, pero esta conciencia defensora de la cultura les confiere un plus cualitativo. El diagnóstico de "oxidación irreversible", esa herrumbrosa condición detectada hace cuatro años está sin apenas tratamiento: más de cien millones gastados y solo se ha trabajado en el tres por ciento de la oxidación acumulada. La alcaldía desmiente la "catastrófica" visión y la consiguiente politización está servida.
¿Será una metáfora del tiempo actual que nos devora: la derrota de lo físico a manos de lo imaginario? ¿De lo real devorado por lo virtual? ¿Acabaremos los turistas subiendo, equipados de gafas digitales o cualquier otro adminículo al uso, a una Torre Eiffel fabricada por Inteligencia Artificial? Porque parece que ya no es cuestión de varias manos de buena pintura de minio y de aplicarle sus correspondientes repintes cada siete años, como se viene haciendo, sino de mantenimiento con mayúsculas, a fondo. Si, no muy lejos de allí, se ha cerrado unos años el Museo Pompidou de arte contemporáneo, en su día rompedor modelo de arquitectura high tech, para poner al día sus instalaciones, o la catedral de Notre Dame tuvo que sufrir un incendio para modernizar el monumento, estos hierros esbeltos de Eiffel tan bien remachados en su día necesitarán modernas curas y tratamientos de ferruginosa salud, sea a costa de amputar brutalmente la agenda del viajero parisino y contentarnos con un gigantesco vinilo pintado: realidad virtual al cabo.
Solo el espectáculo nocturno de la torre desde la explanada del Trocadero, seguir esa fogata de luz como una suerte de metrónomo del transcurso de los siglos, no es algo a lo que debamos resignadamente renunciar. En el afiche de Vivamente el domingo, 1983, la última película de Truffaut, el personaje de Fanny Ardant blande como arma un contundente souvenir de la Torre Eiffel, es la ironía actual perfecta en un filme entre la comedia y el suspense.
El mundo habrá de fabricar pronto una torre sustitutiva. De acero inoxidable o seguramente virtual. A elegir.