José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Respirar algo

09/05/2023

Venía a decir en una entrevista reciente el escritor Enrique Vila-Matas, siempre brillante y provocativo, que hay muchas cosas que no vamos a escribir hasta que las escribimos, "en parte, este descubrimiento es lo que anima a escribir". Posiblemente lo que me anime a saber de qué va a escribirse esta columna, porque no es uno, sino el artículo el que se escribe solo, el que brota sin dirección, volando libre y sueltizo, entendiéndose a su aire con la realidad o con la ficción, con las ideas o con las ocurrencias de vuelo bajo. ¿Cómo gobernar esta escritura efímera cuando alrededor todo es confusión y ruido, prisas y propaganda, ansiedad e impostura, y se van acumulando los clientes rotos de un mercadeo electoral eterno?

Así la escritura acude, por su cuenta, al sosiego reflexivo de textos como el del barcelonés Antonio Monegal, Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura (Acantilado, 2022), teórico de la filosofía y la literatura que también se cruzó un tiempo con la otra cara (práctica) del asunto. Cultura como estudio de lo humanístico y como contenedor a su vez de las humanidades; cultura como cuestión de naturaleza política (por cuanto atiende a la polis), no como juguete a politizar o desfile de eventos más o menos espectaculares. Habla así Monegal de "espectador emancipado", espectador que actúa, con "capacidad de intervenir en el reparto de lo sensible", en una suerte de responsabilidad social que nos corresponde a todos. Una munición teórica y de transformación que atiende a algo, en opinión de este autor, con que superar el déficit de valoración social que tiene verdaderamente la cultura. Y no hay que hacer nada más que asomarse a la actualidad del país.

Lo describía por otra parte no hace mucho, y muy bien, el ensayista Rafael Argullol: "No puede confundirse [la cultura] con los diversos simulacros que se ofrecen en el escenario"; cuando debe ser exploración de lo clásico y lo contemporáneo, del gozo y del dolor del mundo, de lo universal y ajeno por encima de la asfixia del localismo, y, como apuesta por la propia verdad, "nunca puede deslizarse hacia la mansedumbre o la acomodación. Menos aún debe hacerse sierva del poder", terminaba.

¿Pero hay tiempo y silencio para el pensamiento fuera del adanismo y el identitarismo corrosivos actuales, como afirma el filósofo Alain Fienkielkraut, en su arremetida contra el delirante wokismo de métodos totalitarios? El polemista francés que se dice de izquierda apuesta por un renacer "inspirado en la cultura", lo que Malraux llamaba "la herencia de la nobleza del mundo". Su último trabajo, La posliteratura, es una voz contra la ideología amenazadora, contra tanto grito. Precisamente en medio de tantísimo trajín de voces fueron escribiéndose a solas estas líneas para hablar por sí mismas. Nada más.

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