Presentaba, el pasado día 21 de junio en el Teatro de la Sensación de Ciudad Real, Manuel Ruiz Toribio la segunda entrega de su trabajo en curso Hoja por hoja, que denomina Urbo, la ciudad perdida. En un ejercicio irónico, Manolo comentaba en el acto que la serie podía haberse llamado Ojo por ojo, a lo que nosotros podríamos haberle respondido y Diente por diente. Pero ¿qué ojos y qué dientes? Entrega esta, que venía precedida de la anterior –del mismo año 2025– Siente un Quijote a su mesa, que no es lo mismo que sentarse en la mesa del bar Quijote para apurar la mañana o sortear la tarde.
Un conjunto de fundamentales piezas fotográficas que tienen como trasfondo y como fondo oculto, esta ciudad y sus relieves, hoyas minerales y paisajes vegetales y humanos. Aunque ello no llegue a declararse abiertamente, sí que puede rastrearse por el humo del tiempo ido, los rincones desaparecidos, la bonhomía popular, la tropa muerta, la plétora de barandas y directores, los colegas volanderos, los comercios sepultados por el reluciente neón y las escaleras invertebradas de la infancia que subían a las azoteas del sueño adulto desde las simas de una infancia corrupta, a la manera de las memorias de Antonio Martínez Sarrión.
El juego equívoco de Urbo, procede de esa voz difusa, que en lenguaje esperanto, alude al denominador común de la ciudad como una de las más portentosas creaciones humanas. La estirpe de Caín llamaba Azúa un ensayo con vocación de indagación urbana y ciudadana: desde la confluencia del Éufrates y el Tigris, a la bahía del Hudson. Y ese Urbo inmemorial y difuso igual construye espacios que destruye memorias. Voz la de Urbo derivada de la urbs romana, que es la fuente de todas las ciudades en la historia. Otra cosa será la civitas, igualmente romana, que determina los contenidos jurídicos de la institución ciudad.
Esta posición de retratar y sondear la ciudad de nuestros pesares, por ojos y pensamientos, emparenta las capturas visuales de MRT con otros ejercicios de captura ciudadana y con otros ojos y otros dientes y que van desde el lejano Ciudad Real mi amor, de Nino Velasco (1979), hasta mi propia captura en la serie Perfiles de una ciudad, de la revista Añil, Rien ne va plus (1995). Ya sé que existen otros textos e imágenes más complacientes que el doliente bloque aludido de deserciones y melancolías, que revolotean en esos años, pero la brevedad de estas líneas no permite ampliar el llanto.