Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


Un día perfecto

19/01/2024

Cómo sería un día perfecto para cualquiera de nosotros? Todos hemos imaginado en más de una ocasión ese día. Wim Wenders ha dirigido una película, Perfect days, en la que a través de su cámara nos descubre cómo lo que para muchos podría ser un 'día de mierda' para Hirayama, el protagonista de esta película, es el día perfecto de una vida que termina pareciéndonos envidiable. Hirayama es un limpiador de los baños públicos de Tokio. Su vida es sencilla y rutinaria. Se levanta temprano cada mañana en un pequeño apartamento del extrarradio de esta desbordante ciudad. Tras pulverizar con cuidado y cariño sus plantas, se monta en el coche y camino a su trabajo escucha con auténtica pasión, en antiguas cintas de cassette, canciones de Lou Reed, Janis Joplin o Van Morrison. Realiza en cada jornada con gran esmero y dedicación su trabajo. Meticulosamente y a conciencia limpia los baños. Al mediodía, le gusta contemplar los árboles mientras come su bocadillo en el banco de un parque. Disfruta viendo cómo la brisa mueve sus ramas y hojas. Los fotografía. Cierra los ojos y deja que el cálido sol que los atraviesa bañe su cara. Es amable con la gente que se encuentra. Con aquellos que con urgencia hacen uso de los baños que limpia. Con su compañero, con el cocinero del bar donde cada noche cena. De vuelta a casa, le gusta leer antes de que el apaciguador y sereno sueño cierre sus ojos. Plenitud, paz interior, serenidad, felicidad que Hirayama, quizás escapando de otras vidas que pudo tener, como el espectador puede adivinar, encuentra en la monotonía, en la rutina, en las cosas sencillas, en el trabajo socialmente despreciado y que él repite un día tras otro. Wim Wenders nos presenta una vida digna lejos del frenético mundo que hoy tanto se desea y nos hace pensar sobre en qué momento y quiénes nos robaron estas vidas tan plenas. 
Stuart Jeffries intenta contestar a preguntas como estas en su libro Todo, a todas horas, en todas partes. Este periodista y escritor británico sostiene la tesis de que en nuestra era postmoderna se vive la tragedia existencial humana del deseo que va seguido de la decepción que va seguida del deseo que va seguida de la decepción, un bucle del que resulta casi imposible salir y que es fuente de una permanente insatisfacción e infelicidad. En la década de los sesenta del siglo pasado, los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari (antes hubo y luego llegaron otros) sostuvieron la idea de que la verdadera revolución consistía en liberar al sujeto absolutamente de todo, normas, deberes, instituciones, hasta de su propia naturaleza. Había que desbancar la imagen de un yo estable y sólido, definido, con identidad, y sustituirla por la de un sujeto en permanente inestabilidad, fluido, indefinido, concebido como máquina de producción y satisfacción de deseos. El cartesiano «pienso luego existo» debía ser sustituido por un nuevo «deseo, luego existo». Nada antecede ni nada permanece más allá del puro deseo. Vivir es desear. Esta filosofía anidó en las universidades norteamericanas y desde allí se globalizó no solo territorialmente sino que también colonizó otros ámbitos de la cultura. Y resultó que la economía de mercado encontró en estas ideas el caldo de cultivo perfecto para transformar el hasta ahora capitalismo de la necesidad en capitalismo del deseo. Ningún sujeto mejor para este sistema económico que un sujeto que solo es fuente de deseos. Hacer desear para luego satisfacer esos deseos. El sujeto resultante es un sujeto atrapado en una espiral extenuante y agotadora. Los vientos franceses de la postmodernidad se encontraron con los aires americanos de un neoliberalismo despiadado y se generó la tormenta perfecta que está sumiendo en la infelicidad a sociedades que se sienten a la deriva. 
 Ante este panorama no resulta extraño el resurgimiento del estoicismo al que estamos asistiendo en nuestros días. Se busca en las enseñanzas de los estoicos la salida a un mundo que atrapa a sus ciudadanos en sus deseos y que les hace temerlos: Protect me from what I want (protégeme de lo que deseo) rezaba un cartel colgado en el centro de Manhattan en 1982 por el artista Jenny Holzer. En muchas ocasiones se olvida que la gran novedad y aportación del estoicismo a Occidente es el concepto de kathekon, que nosotros traduciríamos por deber, concepto de primera magnitud y que transformó el pensamiento moral occidental. No basta con no desear, algo en lo que se quedan muchos de quienes abanderan hoy el estoicismo. No creo que la solución sea liberar al ser humano de los deseos. Desear es humano y hace la vida más humana. El protagonista de Perfect days no es un monje budista que ha aprendido a reprimir sus deseos. Hirayama tiene paz interior, es feliz, no porque no tenga deseos, sino porque desea hacer lo que debe. No actúa al dictado de los deseos, sus deseos no lo tiranizan, él ha sabido amar y desear aquello que es su deber.
 

ARCHIVADO EN: Tokio