Vuelven los concejales de barrio. Su llegada a la vida de la ciudad es cíclica, de ida y vuelta, como lo es la policía de barrio, que, seguro estoy, se demandará por los vecinos en las sucesivas reuniones vecinales con el concejal de barrio. En el pasado, y transcurrido un tiempo, de la misma forma que llegaban los concejales, desaparecían porque la gestión de los asuntos generales de la ciudad prima sobre las pequeñas cosas del barrio. Craso error, siempre, que desapareciesen o redujesen su actividad, porque, en definitiva, las pequeñas cosas de los barrios, en las calles más recónditas de la ciudad, son las mismas para todos: la limpieza, la iluminación, el bache, la valla mal puesta, la señal de tráfico, el paso de peatones, el charco que se forma cuando llueve porque el imbornal no traga, su mal olor en verano, el asfaltado, un alcorque deteriorado en la acera, el bolardo caído y mal puesto, etc., y los grandes asuntos de la ciudad que absorberán el tiempo de los concejales no son menos importantes que las pequeñas cosas.
Bienvenidos sean los concejales a cada barrio. Es un modelo de organización cercano y permanente, distinto al anterior de asambleas vecinales de carácter anual, más ágil, y siempre con la referencia de a quién dirigirte en todo momento, pero que, dependiendo del esfuerzo que se realice en responder a la demanda vecinal tendrá mayor o menor éxito. Lo importante de la noticia de los concejales de barrio no es que vuelvan, la importancia estará en que se mantengan durante toda la legislatura. Los barrios aportan poco poder económico y mediático, poco glamour, y por el contrario dan mucho trabajo. El Ayuntamiento ha presentado un ambicioso plan de participación, no solo con los concejales, sino también con las mesas sectoriales, que de llevarse a efecto supondrá un nuevo impulso al asociacionismo.
El asociacionismo vecinal en Ciudad Real surge al final de la década de los años 70 como consecuencia del descontento y abandono generalizado y al hilo de la propia transición. Los primeros movimientos vecinales de la ciudad, nacidos muchos de ellos en el seno de las iglesias parroquiales, incluso se adelantan a las elecciones municipales del año 79. San Juan de Ávila, Los Ángeles, El Pilar y Pío XII son las primeras asociaciones vecinales. En las primeras elecciones democráticas, a los ayuntamientos, los partidos políticos se refuerzan llevando en sus listas a representantes vecinales. Hoy, la representación en las listas electorales está más basada en colectivos profesionales de los distintos ámbitos que en los propiamente vecinales. En las actuales listas electorales prima más el currículum del concejal por pertenecer a un colectivo antes que a un barrio. Contribuye a ello, también, que la ciudad se ha transformado urbanísticamente y no se parece en nada a la del 70/80, aunque esos barrios aún siguen en pie. Hoy se ha producido un auge de los movimientos vecinales por el crecimiento de las urbanizaciones, que hace que el ámbito reivindicativo del barrio, o de la asociación vecinal, sea el de la propia urbanización, sin embargo, el espíritu reivindicativo de ciudad ha desaparecido.
Se ha producido, quizás de forma interesada y partidista, a lo largo de los años, un reduccionismo del asociacionismo al problema casi personal de tu calle o de tu zona verde, perdiéndose la visión de conjunto de la ciudad en asuntos comunes como: Educación, sanidad, cultura, seguridad, movilidad, transporte, comercio, empleo, etc., de tal forma que la suma de las reivindicaciones del conjunto de las asociaciones vecinales no contempla los problemas estructurales de las ciudades. Ninguna asociación o movimiento de vecinos actual planteará el problema del comercio o del transporte en general, por ejemplo, o del déficit de alumnos que obliga a cerrar determinados colegios porque ello puede suponer un posicionamiento político. Por el contrario, aparecen mesas de trabajo de carácter sectorial, en muchos casos formadas por el propio Ayuntamiento, y no a iniciativa vecinal, con lo cual el debate es escaso o nulo. Son más de postureo que de reivindicación. No obstante, nuevamente, bienvenidos los concejales de barrio, pero sin olvidar la participación ciudadana plural en el resto de asuntos primordiales para la ciudad.
Las asociaciones vecinales actuales, mediante su reunión con el concejal de barrio, o mediante la llamada telefónica directa, que se producirá, puede ser una verdadera herramienta de gestión municipal válida para detectar el malestar vecinal por un desperfecto del barrio. Pero, paralelo a ello y para dar respuesta a las reivindicaciones, será preciso y necesaria la organización de los servicios técnicos municipales, bien sea con gestión pública o privada, que den respuesta inmediata a la demanda vecinal y no se duerman las solicitudes en el sueño de los justos. Los planes de barrio, designando las prioridades en cada zona y una asignación presupuestaria equilibrada, será otro asunto a tener muy en cuenta para el éxito de esta forma de participación ciudadana.
Los concejales de barrio son un paso importante para la participación, pero no el único que se necesita para que sea real y efectiva. Hoy es distinta a la de final de los años 70, pero resulta aún más necesaria y especialmente en ciudades de nuestro tamaño, sujetas a fuertes cambios, que tienen que construir y diseñar su futuro para no perder el tren.
El reduccionismo en legislaturas anteriores, durante décadas, de las asociaciones vecinales a niveles de representación ínfimos en la ciudad ha sido una de las causas, entre otras, de la muerte del asociacionismo vecinal y de un modelo de la participación municipal.