José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Caballero Bonald

18/05/2021

Es uno de los grandes, pero nunca fue un escritor mediático ni frecuentador de cenáculos oficiales de ningún color; y así lo despidieron en el viaje sin retorno, solo las voces de la literatura, pese a que tenía todos los premios más altos pero el injusto honor de ser vetado repetidamente en la Real Academia, acaso por la alargada sombra de Cela que sobrevolaba desde los años cincuenta, cuando su etapa mallorquina de la revista Papeles de son Armadans. Mi amigo Pepe Caballero, parafraseando uno de sus poemarios, habita ya en “la noche que no tiene paredes”.

Una parte sustancial de la vida está edificada por los libros leídos y las personas que se te han ido cruzando y entretejiendo días y páginas. Era 1985 y Caballero Bonald me recibía en su casa madrileña de María Auxiliadora, repleta de libros y de generosidad, abierto a participar en los primeros actos literarios con que empezábamos a revolucionar la vida cultural de la provincia desde Diputación. Pepe fue el primer personaje de mi guion de trabajo, de él fue enganchándose como cerezas literarias un buen puñado de reconocidas firmas, cuando los bolos fuera de la metrópoli no eran tan complicados y costosos como ahora. Y él, con el crítico Santos Sanz, leyó poemas y conversó sobre su Generación del 50 en un Colegio Universitario abrileño que albergaba el I Ciclo de Novela Española Contemporánea, que luego pasaría a Puertollano en las siguientes entregas. De vida más larga son los encuentros de Poesía Española de Almagro, a los que me dediqué, hasta 2016, durante treinta y una ediciones; aquí, este jerezano sabio y elegante, cuya poesía, dijo Gimferrer, es “extrema en densidad, en rigor en poderío sonoro”, cosechó siempre admiración y aplausos (de 2004 es su tercera y última participación en el Teatro Municipal).

Siempre dispuesto, sin exigencias ni divismos de estrella, Pepe acudió a otros eventos. Tuve la suerte de estar en el Palacio Real en la entrega del Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía, en 2004, y antes la inmodestia de que aceptara prologarme El interior del sombrero, 2001, el primer libro de artículos de este columnista de provincias.

He salpicado estos días sus densas y sinceras memorias La costumbre de vivir, y sus dedicatorias en este y otros volúmenes de casa, y siento fluir la pronunciación seseante y la recitación barroca y aflamencada, ética y directa de un andaluz navegante, momentáneamente varado entre las marismas del Coto y las bajuras interminables de Sanlúcar, al pie de un oloroso bien escanciado... "Tristeza / de estar aquí acordándome de algo / que queda ya más lejos que el recuerdo", acaba diciendo su poema Mala hora.