José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Desdoblamientos

28/11/2023

Hasta qué punto nos pertenece la escritura planteada, en mayor o menor grado, con voluntad de estilo. Hasta dónde es dueño un autor de lo que hace público y no de la interpretación y lecturas ajenas (y no me refiero a propiedades de índole intelectual o jurídica). Iniciaba recién Ignacio Echevarría su artículo semanal en El Cultural, titulado Leer con otros ojos, con que «todo texto es un dispositivo durmiente que se activa cada vez que es leído», señalando luego cómo el autor, al ponerse en la mente del otro, puede descubrir en su texto méritos o debilidades que desconocía.
Algo así sentía uno la pasada semana, en el Espacio Serendipia, en torno a mis textos de periódico agrupados en el libro Poner por escrito, y leídos y comentados en pública tertulia. Una especie de desdoblamiento en otras cajas de resonancia, al escucharme o leerme en voces distintas. ¿Eran esas pulsaciones emocionales, esas conjeturas poéticas, esas rimas internas, esos latidos críticos las mismas que se habían publicados en estas páginas volanderas? ¿Respondían los matizados sonidos de la escritora Victoria Martín de Almagro, del actor Pedro Morallón y, al final, espontáneo, del periodista radiofónico Juan Carlos Rodríguez a lo que yo había intentado explicar, o volaban libres en la voz de los amigos que leían y/o escuchaban? No, no eran las mismas columnas. En lo formal, por su sintaxis a veces quebrada, su intertextualidad que acarrea versos y entrecomillados, que se trufa a veces de barras, incisos y paréntesis, de una musicalidad conceptual. Y en contenidos, porque cada lector lee/escucha a su manera, extrayendo la fibra que más le toca o mirando el rincón en que uno menos había reparado, al margen del elogio o la crítica.
En El lector por horas, 1999, la obra teatral de Sanchis Sinisterra (ahora, en La Abadía madrileña), el padre que contrata un lector para que lea en voz alta textos de la literatura universal a su hija ciega por accidente, le pide que la voz sea como un órgano, una máquina transparente, sin emocionalidad, una suerte de palabras acústicas. Algo así, diría yo, como el grado cero del desdoblamiento, el minimalismo del acto interpretativo, la metafísica del ejercicio de la lectura disfrazada de sonidos.
¿Escribe el articulista que observa la actualidad y se cuenta a sí mismo a través de estampas aparentemente inconexas, el narrador, el diarista, el poeta, el memorialista, el ensayista? Dónde habita de verdad el yo o su personaje en el ejercicio de escribir. Acaso no existan géneros —invento necesario de la Historia de la Literatura—, sino escritura que va vistiéndose con diferentes trajes; al cabo, como escribía Ortega en Unas lecciones de Metafísica, «vivir es decidir constantemente lo que vamos a ser». El mismo filósofo que supo «acertar a ser aristócrata en la plazuela» del periódico, como podemos conocer más a fondo en el libro de Ignacio Blanco, Nací sobre una rotativa (Tecnos, 2023). Desdoblamientos infinitos. 
 

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