Existe en Toledo un barrio popular, llamado Palomarejos, que cuenta desde hace muchos años con un edificio extraño. Se niega a ser habitado y reafirma esa negativa cada vez que intentan ocuparlo. Nació al cobijo de un hospital y se anunció como un centro de enfermería. Pero duró poco. Tal vez porque el edificio surgió como algunos otros edificios de las administraciones públicas para compensar otras inversiones o para pagar favores desconocidos. Y eso ha configurado la personalidad del edificio. Es un inmueble huidizo, tal vez un pelín sicópata.
El alcalde de Toledo anuncia que el Ayuntamiento adquirirá formalmente el edificio y lo convertirán en una residencia de estudiantes. Desconocemos si ante el envite del alcalde el edificio se negará a ser ocupado. Pues hasta el momento se ha comprobado que dispone de una resistencia indómita. Si fuera así podría pasar a formar parte de un ranking de la arquitectura universal. No por ser un edificio construido e inmediatamente abandonado, que eso abunda, sino porque lleva años resintiendo los intentos de diferentes administraciones de ocuparlo y todas han terminado desistiendo. Solo permanecen las palomas que vuelan con un manual para sobrevivir a las campañas de extinción que periódicamente se programan. Y es que las palomas han cambiado de estatus. De ser símbolos de la paz han pasado a tener la condición de bichos trasmisores de enfermedades y de actividades excretoras destructivas.
El alcalde nos convoca casi diariamente a seguir la retahíla de proyectos que se van a realizar y que se evaporan al día siguiente de ser anunciados. El espectáculo ganará en emoción a medida que nos acerquemos al final de esta etapa de un gobierno distinto al anterior. Si no se miden mal los ritmos llegaremos a la conclusión de este periodo político con poco entre las manos, excepto la retorica a la que cada vez se reduce más la política municipal. Y nosotros, ingenuos, que creímos que la municipal era la gestión pura y dura destinada a transformar la ciudades desde abajo, las mejoras de los servicios, la calidad de la vida. Pero no, cada vez más la gestión local se asemeja a una tormenta de ideas y la enumeración de proyectos que terminan pospuestos a los siguientes años. Siempre a los años venideros.