Habrá que agradecer a Trump que las generaciones que vivieron la época de la guerra de Vietnam recuperen la militancia olvidada contra el imperialismo norteamericano. «Yankee, Go Home» era el grito de guerra de la época. Se pedía que los Estados Unidos abandonaran los territorios invadidos. Y es que allí donde entran, lo pifian. Nada más comprobar el panorama dejado tras las salidas de Vietnam, de Afganistán, de Libia o de Irak. Y la ultima, y más cercana, el bombardeo, parece que inútil, de Irán. Durante la primera guerra mundial, el escritor Randolph Bourne declaró «la guerra es la salud del Estado». La participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial se produjo cuando la economía norteamericana atravesaba una crisis en todos sus sectores productivos que desembocarían en los terribles años veinte. Las peticiones de armamento de los aliados servirían para aportar salud a un Estado comatoso. Otro autor escribió que los «Estados Unidos se unieron con los Aliados en la fatídica unidad de guerra y prosperidad». La guerra para los Aliados, la prosperidad para los norteamricanos. La alianza se volvería a repetir en la Segunda Guerra Mundial. Diplomáticos y empresarios estadounidenses se garantizaron que al final de la guerra el poder económico de los Estados Unidos no tendría rival en el mundo.
Pero estas ideas provienen del colonialismo del XVII que llegarían a su máximo esplendor en los siglos siguientes como fundamento para que Estados Unidos se arrogara el derecho a definir el destino de toda América y exportar esa actitud a otras tierras, especialmente a África, Asia y Europa. Es decir que lo de Trump ahora no es otra cosa que recuperar los modos y las maneras del grosero colonialismo arcaico norteamericano. La Segunda Guerra Mundial devastó la mayoría de los países industriales avanzados. Estados Unidos, en cambio, no vió afectada ninguna de sus bases industriales. De hecho en este país la producción bélica potenció la industria nacional y el superávit financiero estadounidense afianzó la fortaleza del dólar como moneda de cambio. «La muerte es nuestro negocio y el negocio va bien», escribió alguien en una de las paredes de un cuartel de Vietnam.
Las referencias a la historia sobre el colonialismo de los Estados Unidos deberían ayudarnos a entender las claves de la actuación de Trump en la última reunión de la Haya. En función de las ideas del derecho de los Estados Unidos a dirigir los destinos de sus socios y aliados y de que la guerra es un negocio para su país, Trump impone a los miembros de la OTAN la obligación de dedicar el 5% de su PIB para armamento. Y que ese capital tendrá que invertirse en la industria armamentista de los Estados Unidos. Sánchez se ha rebelado contra esa decisión negándose a asumir ese 5% del PIB español para financiar los objetivos de producción de las industrias bélicas de Trump. Estados Unidos toma sus decisiones en función de sus élites financieras y de las necesidades de las industrias del país. Para mantener los beneficios de las grandes corporaciones hay que recurrir a los recursos naturales de otros, a la apropiación de materias primas de otros y someterse a las políticas comerciales que impiden a los otros avanzar en sus capacidades científicas y tecnológicas. Y si algún país se opone a sus decisiones se les amenaza y se les chantajea. A la luz de estas lecciones de historia resulta patético comprobar el comportamiento de las derechas hispanas que aceptan las pretensiones obscenas de los Estados Unidos antes que la defensa inteligente de los intereses de España frente a un Trump encerrado en su América, primero.