José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Buscadores

07/11/2023

Vuelvo la esquina de la calle Lirio y allí estaba sumergido medio cuerpo en un contenedor verde («uso exclusivo servicio de limpieza») sucio y pintarrajeado como tantas paredes de mi ciudad donde las pintadas reinan por sí solas, desportillado serón verde junto a una plaza de aparcamiento para minusválidos y al pie de un abarrotado parking. Provisto de guantes y la bici al lado, rebuscando, braceando entre desperdicios o cosas inservibles: haría su propia ruta verde y urbana.
Me recordaba él a un mimo de las barcelonesas Ramblas, tiempo ha, metido cabeza abajo en una papelera de farola mientras era blanco fotográfico de los turistas. Aquel artista callejero sería de baja estatura para acoplarse a tan angosto y agobiante receptáculo, pero era una auténtica y físicamente meritoria performance conceptual: el artista actual como desecho urbano, como desperdicio social, arrojado fuera. Piernas y pies arriba, sacudiéndolas a modo de braceo inverso por quien se ahoga o por quien se entrega de hoz y coz a las profundidades. ¿Seres vulnerables y carnaza de los populismos de boutique? ¿Estampa de los tiempos contemporáneos que nos confunden? ¿Libertad para sumergirse cada quisque donde quiera y como quiera? Confieso que la imagen perturba y reclama. 
La mañana siguiente. El contenedor verde seguía en el mismo sitio, pero fuera, en la acera, una bolsa destripada dejaba ver a su alrededor pequeños fragmentos de juguetes infantiles rotos, trozos de color…, al fin virutas quebradas de la vida. Restos de búsquedas. Acaso lo sobrante de quien lo depositó primero en el lugar inadecuado y de quien después lo desechó por doblemente irrecuperable. Porque a veces desechamos demasiado y, por contraposición, conservamos lo en apariencia innecesario pero que no lo es. «Hago de la calma algo inevitable», dice la veteranísima poeta uruguaya Ida Vitale.
El buscador aquel de contenedores seguiría haciendo su acostumbrada ruta en bici por los contenedores. Un buscador más. Como Lara Maiklem, la buscadora de los restos arrojados al Támesis o que el río inglés arrastró durante siglos, y que luego contó en un libro. O los rastreadores con detector de metales en las playas vaciadas de veraneantes. Vamos vaciándonos de nosotros mismos, de lo que ya no somos, pero llenando otros recipientes que se niegan a morir porque buscan la segunda o tercera vida de la venta, la reventa o la necesidad de las vidas maltrechas. Peregrino este buscador como tantos que buscamos palabras y buenas intenciones y se encuentran donde la literatura o los pensamientos las han arrojado. La extrañeza de ver personas, sueños, vidas que a nada ni nadie pertenecen, de ser buscadores sin razón. Boca abajo del mundo.