Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


Bellos por fuera, vacíos por dentro

09/06/2023

Allá por 1983, Lipovestsky, autor francés, considerado como uno de los más lúcidos analistas de la contemporaneidad del momento, finales del S. XX, escribió un libro titulado La era del vacío, cuyo subtítulo es Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, título y subtítulo que son de apabullante actualidad a la luz de los hechos que se suceden cada vez con más frecuencia en el contexto de la actualidad informativa: el suicidio de adolescentes y la violencia sexual de diversa índole, también entre menores.
Hemos comentado en otros artículos pasados sobre la creciente estetización de la cultura actual: las modas, las marcas, la cosmética, la publicidad, el marketing, el body art… todos ellos fenómenos de una constatada sed de belleza exterior que el humano contemporáneo demanda, como expresión ¿de qué?
Una posible explicación es que cuando la metafísica, el interés por el bien y/o el conocimiento de la verdad han dejado de ser de interés común, pues la red es la nueva fuente de saber y conocimiento. Cuando la ética ha dejado de ser una ética de principios, basada en la coherencia del pensar con el actuar, la estética se ha convertido en la única vivencia sobre la que realizarse, pero una belleza alejada de los parámetros clásicos, de la contemplación, basada en la voluntad individual del sujeto que se autoexalta y auto-expone como obra corpórea; el cuerpo es en gran medida el lenguaje de la expresión actual, en el que nos presentamos ante los demás, física y virtualmente, por el que hablamos, por el que decimos la edad que queremos tener, el nivel económico y poder adquisitivo, la tendencia sexual, etc. El cuerpo, entendido por muchos filósofos del pasado -Ortega y Gasset, Merleau-Ponty- como lo que somos, la expresión de quiénes somos, en nuestra dimensión individual y en relación con los demás, viene a ser hoy, como tendencia cultural, el escaparate, lo que se quiere enseñar. No se vive el cuerpo como relación de interioridad, sino como radical exterioridad. Las redes sociales lo favorecen, el mundo de la moda, y los factores mencionados más arriba. El cuerpo se convierte en objeto, se desgaja y desvincula de la interioridad, pues si la fuente es el origen de donde mana el agua, lo interior habría de ser la fuente del origen de nuestro ser, sin embargo, los términos están alterados y polarizados. No hay interior del que emane un quién, hay un cuerpo exterior que ocupa todo el espacio humano.
Esta reflexión viene a propósito de lo que mencionaba más arriba, como tendencia entre los adolescentes al suicidio y a la violencia sexual contra otros. Cuando esto ocurre, nos echamos las manos a la cabeza, buscamos la causa en la pornografía de acceso libre, se reacciona pretendiendo modificar para endurecer la ley del menor, pero yo creo que todo es síntoma de algo más profundo: el ser humano se va vaciando progresivamente, y las generaciones más jóvenes, con menos recorrido vital y experiencia, son presas más fáciles de la voracidad del vacío existencial. Cuando una persona se encuentra desnuda ante su imagen, cara a cara frente al reflejo desencarnado de su persona, o frente a lo que la realidad virtual le incita a ser, ¿quién es el sujeto?
Una concepción clásica del sujeto ha sido la persona que con su inteligencia y voluntad dirige su vida, en medio de las posibilidades y circunstancias vitales y sociales, pudiendo elegir libremente quién quiere ser: somos proyecto de vida, diría Ortega. Pero hoy día, todos estos adolescentes, cuando se encuentran ante experiencias sufrientes de la cara menos amable de la vida, optan por cerrar la puerta e irse. Triste, ¿verdad? O en los casos, en los que la manada embrutecida sale a satisfacer su deseo sexual inoculado y alentado desde la red, ¿qué sujeto libre hay en esa vivencia? 
Tristemente, muchos jóvenes son hechos a imagen y semejanza de la red virtual, o de los espejismos de la imagen, que viene a ser lo mismo: imagen y, por ello, producto, objeto, cosa. ¿Qué queda del ser humano original, con su fuerza y poder propio para decir no a la violencia o sí a la vida? Toc, toc: ¿hay alguien? Triste realidad, cuando pasamos al espacio interior de estos jóvenes quizá nos encontramos sin nadie, es decir, con el vacío. ¿Somos capaces de autodestruirnos a nosotros mismos? A la vista de lo que ocurre es razonable plantearlo.
La sociedad nos quedamos boquiabiertos cuando tienen lugar estos hechos, pero sin saber reaccionar o cómo actuar; las reacciones no pasan de señalar que hay que poner un límite. Cómplices quizá de que lo que les ocurre a los adolescentes somos los adultos, cuando el estilo de vida no es tan diferente. Quizá para empezar a vislumbrar la solución habrá que volver la mirada hacia el interior, en búsqueda de un quién y no de un qué, espejismo de la sociedad, de la imagen y del culto al cuerpo. Los espejismos se resquebrajan al contacto con la dureza de la realidad.