Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


El demérito

15/03/2024

En el 2020 veía su primera edición la obra La tiranía del mérito de Michael J. Sandel, obra que nos comenta cómo las sociedades hasta bien entrado el siglo pasado han vivido el mérito desde la tiranía. Los que llegaban a los puestos más elevados de una sociedad, del estado o de una empresa lo hacían porque tenían un trampolín desde el que poder hacerlo, llámese el posicionamiento económico, el poder o influencia política; podía llegar a ser presidente del gobierno de una nación, aquel o aquellos que tuvieran la suficiente capacidad económica para financiarse las campañas; sólo un grupo selecto con un determinado poder, podría llegar a lo más alto del escalafón. A modo de ejemplo, sólo podían llegar a ejercer de médicos en los mejores hospitales del país aquellos que hubieran estudiado en las universidades de más prestigio del país, lo cual solo era viable para las personas más pudientes en lo económico, por lo que el ascenso social era un círculo cerrado delimitado por el poder, el dinero o ambos juntos. El mérito, el poder escalar socialmente era cuestión de élites, no estaba a la mano del alcance de cualquiera. Este libro analiza sobre todo el contexto de la sociedad norteamericana. 
La sociedad de las clases medias, sin embargo, se fue abriendo paso en la escala social frente a las élites, gracias a la extensión de la idea de igualdad, pues se iba extendiendo la idea de la igualdad de oportunidades. Todo el mundo podía acceder en la escala social, pues había que comenzar a valorar más el mérito personal o el académico, con el fin de dar más oportunidades a más personas que no fueran de la élite, y en concreto, a la de más valía para el cargo o función. La sociedad media era cada vez más extensa, y el mérito se comenzaba a plantear más abiertamente, ya que cada vez más personas, aun siendo inferiores económicamente, podían escalar en base a su talento y esfuerzo personales. 
En nuestro ámbito nacional, con el comienzo de la democracia el crecimiento de la clase media fue en paralelo, las oportunidades de escalar socialmente era cada vez algo más asequible, lo que hacía falta era talento y esfuerzo. Se promovieron medidas económicas como las becas para estudiantes que anunciaban un futuro de éxito para personas de condición social menos pudiente. Nuestra democracia fue viviendo casos de personas que partiendo de cualificaciones profesionales como ser electricista podían llegar a ser ministro. Era una congratulación, el hecho de no tener trabas en el ascenso social y poder alcanzar cuotas de igualdad política y real tan evidentes. Poco a poco los partidos políticos de nuestro país, desde su base, se iban nutriendo de personas con aspiraciones políticas sin una formación académica mínima o en el ámbito del derecho, o con una cualificación profesional suficiente en relación al sector al que iba dirigida su actuar político. La formación que un político requería, dependiendo del nivel de la administración en el que estuviera se podía ir complementando con la figura de los asesores técnicos y asesores de confianza. 
A decir verdad, parafraseando a Kant sobre los límites y posibilidades del conocimiento: ¿qué podemos conocer? ¿alguien puede saberlo todo de un ámbito de la gestión política? Obviamente, nuestros conocimientos y experiencia son y serán siempre limitados, por muy especializados que estén, pero, nos sale al paso la cuestión del gobierno de los mejores: ¿no requiere la cuestión pública a los mejor preparados y más eficaces en cada campo por el bien de todos? ¿no decimos coloquialmente, que en caso de que nos tengamos someter a una intervención quirúrgica, preferimos que realice la intervención el profesional mejor preparado? Sin con la salud no se juega, con los recursos comunes, tampoco, ¿verdad?
La otra cara de la igualdad de oportunidades, es el oportunismo, ya que no hay filtros de capacidad y/o formación, pues personas cuyo único mérito es la filiación política o el amiguismo llegan a ascender a puestos y cargos elevados en el escalafón social o político. Eso siempre ha existido y así lo ha denunciado Sandel en su obra; también denuncia en el otro extremo que la igualdad de oportunidades haya caído bajo las garras del populismo, el cual conduce a un igualitarismo contra la realidad o un ascenso sin criterio. Ni la tiranía ni el populismo del mérito, pues ambas desembocan en demérito. Pretender que en toda entidad social haya paridad, en aras de la ideología, es también ir en contra del mérito real y verdadero. Bajo estos parámetros de demérito es muy habitual, últimamente, que personas sin méritos adecuados o suficientes ostenten cargos en la alta administración del estado.