Todavía nos quedarán detalles por saber del naufragio del Villa de Pitanxo. Son doce los marineros desaparecidos, nueve los fallecidos y tres los supervivientes. Canadá ha suspendido la búsqueda de los cuerpos porque se hace imposible recuperarlos por las condiciones de la mar: 7 grados bajo cero y olas de diez metros.
En medio de la vorágine de datos, gráficos e hipótesis destaca Sonia, la esposa de uno de los marineros desaparecidos: Juan Frías. Ella, un niño de ocho años y una niña de cuatro, con este golpe al corazón que el mar les ha provocado, se quedan sin Juan. «Ni yo, ni nadie de la familia queríamos que embarcara, pero decía que nos quería dar una vida mejor, y esa era la única forma de hacerlo». Y que esas luchas cotidianas en tantas familias, de tantos padres y madres, queden enterradas en el mar profundo y frío; y que tanta ternura quede rota por una tempestad impersonal; que una vida de padre entregada para conseguir el bienestar de su familia quede truncada tan cruelmente.... En lo cotidiano está lo verdaderamente extraordinario.
Hay bofetadas que nos despiertan y golpes que nos sumen en profundidades abisales. Y, siendo así, sin embargo, vivimos con esperanza. Sonia, con el dolor y las lágrimas, mirará a sus dos hijos y no conseguirá olvidar porque, en ellos, siempre verá a Juan. Cicatrizará la herida, pero siempre le dolerá el corazón. 
Y, además de la fe, el consuelo que podemos ofrecer con nuestra compañía solidaria y fraterna. Sin cerrar los ojos, acompañar en el dolor y en el sufrimiento.