Identificar paz con ausencia de conflicto armado o de enfrentamiento habla de unas miras muy cortas. Tanto en el escenario internacional como en nuestras relaciones personales clama al cielo la permanente lucha que libramos.
Hay en estos mismos días seis conflictos que han superado la barrera de las 10.000 muertes en este año 2025. Midámoslo con la población de nuestras ciudades. El conflicto interno en Birmania tiene el honor de 7.000 muertes en lo que llevamos de año; la guerra entre Israel y sus vecinos casi 13.000 muertos; la guerra entre Rusia y Ucrania tiene el mayor saldo deudor: 41.433 muertes. En total cuarenta y dos conflictos activos hay en el mundo.
La paz habla de verdadero desarrollo, de justicia, de respeto de derechos humanos, de fraternidad. Su ausencia, por el contrario, ya sea con conflictos armados o en nuestras relaciones personales, nos ayuda a deducir que estamos en una situación totalmente contraria: ausencia de justicia, un desarrollo y progreso falsos, vulneración de derechos...
Ante la tumba que suponía -y sigue suponiendo- el mar mediterráneo, el papa Francisco usó una palabra muy dura: vergüenza. El papa León XIV, desde el mismo momento en que salió al balcón de la logia de la plaza de San Pedro invocó la paz, pero no como logró humano, sino como don de Dios. La ausencia aparente de conflicto puede ser un logro humano momentáneo, sin embargo, la paz como tal solo puede ser don que nos supera y transciende. Buscar la paz es tener una mirada nueva que nos ayuda a descubrir al otro como hermano. Que nuestras relaciones sean fratricidas desde los primeros albores de la humanidad no significa que haya que conformarnos.