Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


La agenda

30/12/2021

Acaba de tachar el número 30 del mes de diciembre. La misma acción de cada día, la misma rutina desde hace tiempo. Lo ha hecho con un bolígrafo malva y luego lo ha dejado sobre la hoja sin taparlo. Con un mínimo esfuerzo, ha arrastrado la silla hacia atrás para tomar un poco de distancia. Ha cruzado las piernas y los brazos y se ha quedado en silencio, como si esperara algo, o, quizá, como si nada esperara. Abrazar esa quietud mientras se mira y se viaja sin distancia.
La agenda abierta sobre la mesa le hace pensar. Es pequeña y, aunque no se ve, la portada tiene flores de colores. Un diseño alegre para empezar un año que por la pandemia no lo era tanto. Está colocada encima de varios folios con apuntes múltiples. Ese orden dentro de su particular caos. Su lado derecho es fino como una lámina de chocolate; para ella, representa ese futuro inmediato que no merece la pena llevarlo más allá: ya acaba el año. La parte izquierda acumula el peso de los meses anteriores, doce menos un día, con sus cosas buenas y malas. Esta parte es ese pasado también inmediato, que se empeña en quedarse en lugar de recolocarse y asumir que le toca dejar hueco, porque lo vivido… vivido está.  
Mira desde esa mínima distancia. Esa agenda es algo más que una simple agenda. Es la historia de un libro a punto de terminar; el recorrido de un caminante que saca fuerzas de donde no las tiene cuando sabe que la meta está cerca; el último esfuerzo para lograr un objetivo tras la dura lucha. La parte gruesa, la que acumula más de trescientas hojas, hablan de un año lleno de cambios: los que se ven y los que no; los que se buscan y solo se encuentran si el recorrido es hacia dentro. Meses en los que las estaciones se volvieron locas y se empeñaron en aparecer al mismo tiempo. Sentir un enorme frío en el mes de agosto, cuando los adioses llegaron entre el dolor y la rabia; o acariciar el más reconfortante calor en aquel gélido momento en que las noticias helaron la sangre. Llorar y reír; dolor y belleza a la vez, como la realidad del volcán de La Palma.
Acercó un poco la silla y de forma aleatoria, como suele leer los poemas, fue centrando su atención en algunas de esas páginas. Y descubrió que entre las cosas escritas estaba el no tener miedo, y que gracias a eso pudo avanzar; el no esperar nada, quizá por eso había recibido demasiado; el apostar sin más y haber ganado; el no conformarse, el no mirar hacia otro lado, el no callar, el romper…También descubrió que otras páginas estaban en blanco. Cerró la agenda al revés, para que ese último día descansara sobre los demás y salió a la calle. Lo tenía claro: la del 2022 será roja…para empezar con pasión, con fuerza.