Para orgullo de Daimiel

D. M
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La parroquia de Santa María la Mayor adquiere un órgano del siglo XIX de la casa parisina Stoltz para el que se solicita colaboración para su restauración y puesta en marcha de «una gran joya musical»

Para orgullo de Daimiel - Foto: Diego Murillo

Las nubes caen sobre la pequeña localidad francesa de Chabournay. Una noche plomiza se precipita por la lluvia intermitente que apenas deja entrever el horizonte de la campiña francesa de la región de Vienne. Abraham llama a la puerta del domicilio del matrimonio Magré-Grimaldi. En el taller-auditorio, le espera una joya del siglo XIX. El padre Luis Eduardo, ansioso por arribar a la pequeña aldea, espera desde el coche en marcha noticias del estado del órgano de la casa parisina de Stoltz Frères. El camino no ha sido fácil. Los problemas se han amontonado durante bastante tiempo para que la parroquia de Santa María de Daimiel goce de un instrumento acorde a la pasión daimieleña por la música. Pero el organero sevillano prefiere que la comitiva que desmontará el órgano romántico de 1865 sienta con los ojos, vea con sus oídos, paladee con el alma y escuche en su piel una melodía improvisada para cerciorarse que el esfuerzo de meses, de traspiés, de desengaños y de pandemia ha merecido la pena. 

Abraham abre los tiradores para que el viento del fuelle despierte a los 1.200 tubos del ‘Stolz’ (orgullo, en alemán). Los propietarios Danielle y su marido Pierre oyen desde el quicio de la puerta del jardín y con los ojos cerrados las últimas melodías de su ‘hijo’, que los ha acompañado durante cuatro décadas. Sonríen con tristeza al último canto romántico en tierras francesas. El padre Luis se libera. Llega el adiós y arranca el traslado.

La parroquia de Santa María la Mayor de Daimiel se embarcó hace un par de años en la adquisición de un órgano de viento para su iglesia. Luis Eduardo Molina, vicario parroquial ha contado con la confianza del párroco, Valentín Sánchez, y la aprobación del Consejo parroquial quienes han esperado este momento especial de dotar al templo de una dimensión y sensibilidad con un instrumento que no solo perfumará la liturgia musical de los oficios, sino que pueda convertirse también en un objeto de referencia para ciclos y conciertos musicales. 

Para orgullo de DaimielPara orgullo de Daimiel - Foto: Marta MolinaLuis Eduardo apuesta por contemplar con detenimiento el Stoltz mientras Abraham intercambia melodías, abre y cierra llaves, pisa el pedal una y otra vez y el resto de la comitiva compuesta por Sergio y Manuel inmortaliza el momento con vídeos y fotos. La emoción les embarga tras casi 12 horas de un viaje sin apenas paradas. El sacerdote reenvía fotos y pone al día a la comisión del órgano: «Tenemos instrumento». Recibe un WhatsApp al instante: «Has cumplido tu sueño, Luis». «No», contesta en voz alta, «es un proyecto común, de todos, de Iglesia. Cada tubo del órgano representa una familia, una persona que quiere hacer suyo este proyecto tan necesitado en estos tiempos». 

¿Quizá no es el mejor de los momentos?, se le cuestiona. «Puede ser, pero es una oportunidad para embarcar a la parroquia en este proyecto tan ilusionante y que tantas expectativas está creando. A la gente hay que embarcarla en proyectos de esperanza, de alegría, que tanta falta hace justo en estos tiempos de pandemia», reflexiona el sacerdote. 

En la primera toma de contacto, Abraham Martínez, organero, natural de Sevilla y con una amplia trayectoria en restauración de este tipo de instrumentos, además de organista, inspecciona con su especial sensibilidad la envergadura de este tótem musical. Su primer diagnóstico es contundente: «Es una joya y es muy bonito». Adelanta que habrá que hacer modificaciones para que compita con las partituras más exigentes. «Es un instrumento que se adapta a cualquier estilo». Reconoce su buen estado y las mejoras que la casa González hizo en 1978 cuando lo instaló en el auditorio privado de Monsieur y Madame Magré en Chabournay. 

Para orgullo de DaimielPara orgullo de Daimiel - Foto: Marta MolinaEl desmontaje parece una locura. Habrá que desvincular pieza a pieza, tornillo a tornillo y tubería a tubería. Lo primero, la fachada principal, con 45 tubos, los más grandes de un órgano que se eleva hasta los siete metros. Su interior es un auténtico laberinto de hilos de acero, como si fuera un arpa gigantesca, tubos pequeños de metal y de madera anclados en los secretos, esa pieza clave en la que el fuelle le insufla la nota musical a través de las 56 teclas que se componen los dos teclados de la consola. 

Abraham se calza en la cabeza una linterna al estilo de un cirujano y es el encargado de dictar cómo y dónde se archiva cada pieza, cada parte, cada tuerca. Por su lado, Manuel, el carpintero, examina la robusta madera de roble de la armadura que sostiene los más de 20 registros que dan vida a este gran órgano que, según el inventario del organista de Poitiers, ofreció numerosos conciertos de calidad en la década de los 80. 

En un solo día, el puzle se hace más evidente. Las piezas se amontonan en cajas clasificadas o envueltas en papel de burbuja. El órgano, poco a poco, se desnuda y el mecanismo interior se revela como una máquina capaz de imitar gran parte de los instrumentos de una orquesta. Esta es su gloria. Su poder, por el que desde hace siglos ha ido conquistando espacios, sobre todo, religiosos para engrandecer las eucaristías con las melodías de los músicos más importantes de la historia. Al tercer día, el órgano apenas se sostiene por los hilos de acero y las últimas estructuras de los secretos. Sale el sol en Chabournay después de tres días. El ‘Soltz’ se encamina hacia Daimiel. 

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Montaje y financiación. Un tercio del camino está andado. Abraham avisa de que la reconstrucción es un proceso minucioso, duradero y lleno de paciencia para rearmar el Soltz para el que se necesitará además de mucha ayuda y financiación. El padre Luis Eduardo quiere que el pueblo se vuelque en el proyecto con apadrinamiento de tubos, y aportaciones de las empresas y grandes firmas instaladas en la localidad. Permitirá que durante el montaje la gente pueda implicarse tanto de forma visual como en la logística, como por ejemplo, ayer cuando el tráiler de la empresa de transporte O.T. El Pozuelo desembarcó la preciada joya. Casi una veintena de voluntarios abrazaron cada pieza y cada tubo con mimo y con sigilo para acunar al Stoltz. Daimiel ya puede presumir con orgullo de un nuevo activo patrimonial.