Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


El apacible no hacer nada

15/07/2022

Me siento a escribir estas líneas poco después de haber abandonado la sobremesa de una comida con la que los compañeros nos despedíamos del curso recién acabado. En estos días, quien más y quien menos -y digo esto con cierto pudor y respeto hacia todos aquellos a los que las difíciles circunstancias por las que atravesamos les van a dejar sin poder disfrutar de algunos días de vacaciones- estará ahora preparando y deseando con impaciencia los días ya a punto de llegar para el veraniego descanso. A estas páginas también le llega la hora echar el cierre hasta mediados de agosto, cuando espero que podamos volver nuevamente a intentar cargar la tinta de cálidas razones, de amistoso verbo, de palabras a la búsqueda de aquello que en el paso de los días hace florecer lo humano y lo encarrila a la siempre deseada eudaimonia. Vaya para todos y hasta entonces mi deseo de unos días dedicados a il dolce far niente. 
 Los italianos encierran en esta sencilla fórmula lo que bien podría ser toda una sabia propuesta para unas vacaciones radicalmente alternativas. El plácido y dulce no hacer nada como alternativa a un modelo de vacaciones que busca sobre cualquier otra cosa saturar los días de experiencias y lugares, de un incesante no parar, un productivo acumular sitios de los que luego poder hablar o enseñar. Cada tiempo y cada cultura tiene sus sabidurías y también sus culpables ignorancias. Quienes en estos días de vacaciones se asomen a las redes sociales, posiblemente se vean desbordados por el bombardeo de imágenes y videos de quienes tienen la constante preocupación de alimentar sus perfiles y redes con el trasiego de sus idas y venidas, de un agotador no parar en playas, restaurantes, hoteles de ensueño, lugares sorprendentes y maravillosos. No es extraño que ante este avasallador escaparate de vidas idílicas, se instale en cualquiera, como una niebla en el alma, el sentimiento de fracaso y el desasosiego interior, el miedo y la ansiedad por no estar invitado a ese maravilloso mundo que otros viven, y se experimente la urgente y asfixiante necesidad de que nada se quede sin hacer, ningún lugar sin visitar, de recorrerlo todo, probarlo todo (es lo que los psicólogos han llamado el síndrome FOMO, acrónimo del inglés, Fear Of Missing Out, el miedo a perderse lo que los otros nos enseñan que están haciendo, aunque todos sepamos que al igual que ocurría con el protagonista de El show de Truman, todas estas vidas retransmitidas en directo no dejan de ser un mero decorado).
Il dolce far niente no es expresión de un ánimo rendido a la vagancia, de un espíritu flojo -que dicen por Andalucía- o con poco empuje. No se trata de una zafia exaltación de la holgazanería ni la pereza y, mucho menos, de un simplista deseo de tumbarse a la bartola. Esta expresión, muy al contrario, creo que encierra toda una filosofía de vida, una sentencia de saber popular que condensa profunda sabiduría universal, cuyas fuentes se pueden rastrear en largas tradiciones de pensamiento tanto de Oriente (Nagarjuna) como de Occidente (Eckhart de Hochheim, San Juan de la Cruz, Ángelus Silesius o Jakob Böhme). La paradoja y la aparente contradicción - ¿hacer nada?-, lejos del absurdo y el sinsentido nos hace intuir una honda verdad (como lo hace también el «solo sé que no sé nada» de Sócrates, «el fruto de la nada» del maestro Eckhart, la «docta ignorancia» de Nicolás de Cusa, o el «saber no sabiendo» y «entender no entendiendo» de San Juan de la Cruz). Hay que ser muy sabio y haberse esforzado mucho para llegar a saber cómo experimentar el verdadero disfrute «haciendo nada». Es, en definitiva, la sabiduría del que sabe contemplar, del que ha alcanzado la quietud contemplativa a la que se llega tras el esforzado trabajo de vaciar la existencia de trasiegos y quehaceres. Il dolce far niente es por eso, frente a un yo adicto a producir y acumular (cosas y experiencias), un yo que se proyecta fuera de sí y se enajena, una apuesta por la mirada contemplativa, una invitación a la conversión interior, hacia un nuevo modelo de vida que descubre nuevos tiempos y lugares, nuevos valores. Un plácido no hacer, que da paz, que nos baja de un mundo que va demasiado deprisa, entregado a la tiranía del quehacer.