José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Páginas sueltas

15/12/2020

Nunca él había leído un libro medio desencuadernado. Quiso releerlo al cabo del tiempo, pero se dio cuenta que al abrirlo empezaban a crujir las hojas y saltaban fuera de su geometría. Aquella edición de bolsillo, 11x17 cm, tapa blanda, papel de buen gramaje, Espasa-Calpe, colección Selecciones Austral, 196 páginas, acabada de imprimir el 5 de mayo de 1981, no salió con pliegos cosidos sino pegados (fresados), como tantísimos títulos de la popular Austral y todavía siguen aguantando el tirón de sus hojas; una colección de obras señeras de la literatura española iniciada con las Poesías completas de Machado, más Lorca, Unamuno, Azorín, Valle, Ortega, Alberti, Buero…
Lo había comprado en Madrid, seis meses después de publicado, pues acostumbraba, casi siempre, a escribir nombre y fecha, esa vez, noviembre, con fino rotulador negro, el mismo con el que en la página 62 aparece el trazo de una flecha al comienzo de un párrafo, la única intervención en ese ejemplar por el que pasaron también otros ojos lectores, y que aún conservaba el precio, a lápiz, 250 pesetas, que puso la librería en la página de cortesía.
Habían pasado treinta y nueve años, y se producía una sensación extraña y desconocida. El tiempo —su transcurso inexorable— mella y enriquece, transforma la vieja mirada y el objeto de la misma, la experiencia y la causa que lleva hacia algo o hacia alguien se convierten en algo diferente. Aquella versión teatral de un texto no nacido para la escena, documentadamente introducida por un prestigioso crítico a lo largo de tres cuartas partes del volumen, seguía teniendo vigencia, aunque las páginas saltaban de su sitio acaso como metáfora del tiempo no buscado ni tampoco retenido. Como navegando en una embarcación desgualdrapada, el lector parecía estar corrigiendo pruebas o galeradas de un libro en preparación, sin preguntarse si la siguiente acabaría separándose del reseco engomado que le unía a la posterior y se liberaba también… 
Acabada la lectura, abre la ventana, acerca el libro y las páginas echan a volar en la tarde que huye. Al batir las alas se van desprendiendo, como gotas derramadas, el puñado de fotos que ilustraban la parte final, luego el texto corrido, finalmente las cuarenta y tres notas a pie de página, más ligeras, cuerpo 8. En las manos del lector ha quedado la oquedad vacía de las tapas de cartulina con el lomo gastado, que vuelve a poner, cuidadoso, en su correspondiente lugar de la estantería, como otro nido vacío.