José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Magritte y el toreo

19/10/2021

En el puñado de papeles sobre la mesa, trozos de hemeroteca o salvavidas de la actualidad implacable, se superponen azarosamente dos imágenes a gran tamaño, proceden de dos periódicos y dos fechas diferentes. Dos reproducciones que se funden en la mirada. Que se entremezclan por su cuenta de una manera misteriosa, enigmática, sin que pueda uno acertar a separarlas, como haz y envés de algo que escapara a mi control.
Una, la pieza de René Magritte El futuro de las estatuas (1932). Es el volumen de una cabeza calva de hombre, a modo de máscara colgada en la pared (en posición alta en el montaje del Thyssen) y pintada con un cielo azul y nubes blancas. Sus ojos cerrados: ¿sueño, reflexión, reposo definitivo? Rostro anguloso, como el del torero Juan Ortega fotografiado en blanco y negro por José Aymá, que asoma en el retrato vestido de corto y con sombrero de ala ancha ligeramente caído. La misma expresión de rictus serio («Paso mucho miedo, demasiado miedo», dice el titular de la entrevista). Pero los ojos, claros, inquietantes, muy abiertos, como queriendo tirar hacia arriba de los párpados de su contrafigura ideada por el pintor.
Ortega es una de las nuevas figuras con que ha explotado el último clasicismo de la tauromaquia, junto al maestro Morante —su temporada, para la historia— y el joven Aguado. Ellos, sevillanos los tres, componen la actual y mejor 'música callada del toreo', como tituló Bergamín el libro que le dedicó a Rafael de Paula. Magritte es el frío surrealista precursor del 'pop art' que desveló (u ocultó, mejor) los engaños de la mirada, el de los extraños hombres con bombín y cuyo más famoso cuadro (Los hijos del hombre, 1964), que llevé a la cubierta de mi El interior del sombrero, busqué sin encontrar en la exposición, salvo en los objetos de la tienda-librería del museo, con manzanas por el aire.
El aparentemente tranquilo y pulido artista belga (pero uno de los artífices de la revista El Surrealismo al Servicio de la Revolución, 1930) jugó siempre con los significados de la representación. Lo pintado no era lo aparente. Las imágenes —como la realidad— son tramposas, ficticias, pero sí hizo visibles los pensamientos. No he podido documentar que visitara España alguna vez ni que conociera u opinase sobre el toreo, al contrario que otros surrealistas como el francés Picabia, que llegó a autorretratarse como toreo en 1926 y utilizó la iconografía taurina en algunas obras. Magritte no necesitó de muchos temas para convertir lo cotidiano en una metáfora de lo irreal, donde los títulos de sus obras no definen lo representado; al punto, tal vez, de que la plenitud de la belleza sacrificial y trágica del toreo —hoy ideológicamente perseguido— sea el estatuario amanoletado en un rostro de ojos o nubes.

ARCHIVADO EN: Exposiciones, España