Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


La gran metáfora

08/01/2021

Los seres humanos necesitamos hacer uso de las metáforas. La metáfora no surge porque el lenguaje humano sea pobre y limitado, al contrario, la metáfora es un instrumento de creación y expansión del lenguaje. Tampoco empleamos las metáforas solo con fines estéticos o retóricos, no tienen una función meramente ornamental, de envoltorio, ni su objetivo es el de adornar el discurso, o provocar y suscitar en el oyente determinadas emociones, sensaciones o reacciones. La metáfora nos es imprescindible porque, sobre todo, nos lleva al corazón de la realidad, nos conduce a un conocimiento más profundo de las cosas. Sin la metáfora no llegaríamos a captar la esencia de las cosas. Hasta cierto punto, casi podríamos decir que toda palabra encierra en su núcleo originario una metáfora. Los conceptos más ‘rigurosos’, los términos científicos también, tienen en su origen una metáfora. Si hiciésemos una gran y enciclopédica genealogía de las palabras acabaríamos llegando a una metáfora primigenia encerrada en cada ellas. En el origen del lenguaje y del conocimiento está la actividad poética, porque el poeta es el gran creador del lenguaje. El lenguaje poético y metafórico es el caldo de cultivo de toda lengua. 
 Vivimos, por tanto, rodeados de metáforas. Nos topamos continuamente con ellas, las usamos una y otra vez para hablarles a los niños y a los mayores, para explicar, para hacernos entender. Las usamos en la casa y en la Universidad, en el colegio, en un laboratorio y en un taller, hablando con amigos y con desconocidos. Nos las encontramos en los libros y en las conversaciones informales y coloquiales. Nuestro mundo cultural y simbólico se sustenta sobre ‘metáforas vivas’ como bien afirma el filósofo francés Paul Ricouer, que nos acercan a las cosas y expresan lo que vivimos y somos. No obstante, podría decirse que no todas son iguales y que entre ellas hay algunas que han tenido y siguen teniendo una especial relevancia y significación. Un ejemplo de éstas es la luz y, su reverso, la oscuridad. Luz-oscuridad, día-noche, han sido utilizadas a lo largo de la historia para vertebrar una de las grandes y fundamentales intuiciones que le han servido al ser humano para comprender y expresar la pregunta por el sentido de la existencia. La utilización de la luz-oscuridad como metáfora de otras realidades quizás haya sido la más potente y universal utilizada por los humanos. Es la más potente porque esta metáfora nos ha servido para acercarnos a la comprensión de las realidades últimas y más trascendentes y para dar respuesta a las cuestiones más radicales que podemos plantearnos. La luz nos ha servido para hablar del amor, del bien, de la verdad, de la alegría, de la belleza, de Dios. La palabra luz nos traslada de inmediato a los significados de saber, conocimiento. Ya Platón identificaba el sol con el Bien, idea suprema. Y la idea de luminosidad ha sido siempre una manera de comprender la profundidad tanto de la naturaleza de la belleza y el amor como de la divinidad. Por el contrario, su otra cara de la moneda, la oscuridad, ha sido continuamente usada para significar la realidad del mal, el miedo, la muerte, el peligro, el dolor, la crisis, el padecimiento o la mentira. Por eso, luz y oscuridad posiblemente sean las dos palabras con más carga simbólica que podamos encontrar. Por otro lado, también puede decirse que es la metáfora más universal porque en todas las culturas nos encontramos con esta díada que nos reenvían continuamente a aquellas realidades que hemos referido. No hay época, pueblo, civilización en la que no encontremos de una manera más o menos explícita la utilización de estas metáforas. Y ligada férreamente a ellas, la vivencia fundante, expresada en distintos idiomas, costumbres, a través del tiempo, y de la diversas culturas, de la confianza en que tras la oscuridad llega la luz. La experiencia de la esperanza está anclada en nuestra manera de entendernos y comprendernos en el mundo en que habitamos. Las fiestas que acabamos de celebrar tienen todo que ver con esta gran metáfora, porque, en definitiva, son las fiestas de la confianza y la esperanza de que la luz vencerá a la oscuridad. Cada nuevo año, y este, en el que nos asedia una terrible crisis, de manera especial, lo afrontamos desde el convencimiento de que todo irá a mejor, de que lo definitivo no es la noche, sabiendo que estamos en camino de que lo peor está pasando. Estamos virando en el Cabo de Hornos, atrás van a quedar las tormentas y la oscuridad, el mal tiempo, la larga noche, el frío y sus peligros. Por delante nos espera siempre la Luz.