Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


Vulnerables y dependientes

25/09/2020

La pandemia nos ha traído nuevos hábitos, usos sociales extraños hasta ahora para nosotros, maneras nuevas de hacer las cosas, de relacionarnos, de trabajar. Ahora nos saludamos de manera diferente, paseamos más, hacemos más deporte, buscamos los lugares abiertos del campo, usamos más el ordenador, pasamos más tiempo en casa, hemos regresado a los pueblos. Ha contribuido también a suscitar reflexiones y debates con gran calado filosófico y han vuelto a saltar a la palestra algunas cuestiones que habían quedado estos años de atrás algo en desuso. Es como si la pandemia nos hubiese devuelto una mirada distinta, una forma diferente de ver las cosas, de atender a los hechos cotidianos,  a la vida, a nosotros mismos. Una mirada nueva que pretende llegar más allá de la superficie para adentrarse en  lo que de verdad importa.  Queremos  acercarnos a las cosas con una manera más serena y sosegada de mirar en busca de sentidos y porqués de los que nos habíamos olvidado. El desconcierto y la incertidumbre que ha  ido esparciendo este virus a diestro y siniestro también han ido acompañados de esfuerzos  por un poner las luces largas en el deseo de comprendernos desde horizontes y perspectivas más amplios. 
 Muchas de estas reflexiones que las circunstancias que atravesamos están haciendo surgir coinciden en que la pandemia nos ha hecho redescubrir la fragilidad humana. Cuando muchos hablaban de las posibilidades humanas de alcanzar la inmortalidad, de que estábamos a punto de cruzar la frontera de lo trashumado para conquistar una nueva humanidad ampliada de posibilidades y capacidades que dejarían atrás al débil y quebradizo homo sapiens llega de manera inesperada  un diminuto organismo que nos recuerda, al igual que lo hacía el esclavo al oído del emperador cuando a la vuelta de algún gran éxito militar o nuevas conquistas se paseaba para celebrarlo montado en su cuadriga por las avenidas de Roma aclamado por las multitudes, que somos mortales. Y aunque hay, no obstante,  quienes piensan que saldremos de la pandemia tal como entramos y que volveremos a la vida que dejamos (la filósofa francesa Claire Marin que durante años ha estado estudiando cómo las enfermedades o fuertes  rupturas hacen cambiar la manera de plantearse la vida o el modo de vivir,  ha publicado recientemente un artículo en el que afirma que aunque nos hayamos topado con nuestra vulnerabilidad pareciera que muchos quieren volver a olvidarlo de inmediato sin que hayan interiorizado nada de lo que está pasando) es indudable que vamos a quedar marcados y que en poco o en mucho las cosas no volverán iguales.
 Por otro lado, la pandemia nos ha puesto también sobre la mesa la condición dependiente del ser humano. Cada uno de nosotros somos una realidad menesterosa, que necesita de los demás. No nos bastamos con nosotros solamente, nuestras fuerzas y nuestro talento no son suficientes, no nos valemos por nosotros mismos, en algún momento, siempre, necesitaremos la ayuda de los demás. En este sentido el filósofo de Harvard Michael J. Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018, que es seguido con gran interés tanto por los exclusivos estudiantes de su prestigiosa universidad como por los millones de seguidores que ven sus videos colgados en You Tube,   señala en su nuevo libro La tiranía del mérito que la pandemia nos ha descubierto el hecho de la dependencia mutua. Dice el filósofo norteamericano que en los setenta y ochenta se instaló la idea de que en la vida todo es fruto del mérito propio y de que uno es capaz de conseguir lo que  se proponga si pone en ello  el suficiente esfuerzo, estudio y voluntad. Posteriormente, el fenómeno de la globalización se ha encargado de generar una sociedad polarizada  entre los  ganadores y los perdedores, entre quienes han llegado al éxito y quienes se han quedado en la cuneta, sembrando en éstos últimos un sentimiento de culpa y de fracaso, sentimiento que ha llevado a la indignación y el resentimiento,  que suelen desembocar habitualmente en el conflicto social. La pandemia  nos ha devuelto la imagen de una sociedad en la que estamos necesitados unos de los otros. Durante estos meses nos hemos podido dar cuenta de «cuánto dependemos del trabajo de aquellos que asumen riesgos de los que nosotros estamos protegidos. Repartidores, cuidadores, empleados de supermercados, limpieza, hospitales. Puede ser el momento de repensar el valor social de la contribución de quienes realizan trabajos que no disfrutan ahora del mayor prestigio» y que soportan la carga del estigma social del fracaso. 
    Vulnerables y dependientes y, al mismo tiempo, paradójica y misteriosamente, dignos y maravillosos.