Se puede preguntar qué, cómo, incluso cuándo, dónde, para qué y por qué. Todo tiene una posible respuesta. Unas más a pie de tierra, otras que nos ayudan a descubrir los finos trazos de una plenitud anhelada y experimentada a diario.
¿Qué va a suceder después de la muerte? El cuerpo se deteriora. Nos lo dicen los sentidos, pero hay mucho más allá de los propios sentidos. Lo perdemos de nuestros ojos, como si desapareciera, pero, en realidad, no tenemos respuesta cierta. No sabemos qué sucederá ni en un sentido ni en otro. Podemos estar ciertos que morimos a este mundo, pero, ¿y si hay una vida después de la muerte? Nadie, a no ser que se siga un empeño ciego e irracional, puede concluir que no existe nada más allá. Solo en la fe, que es un don, también un empeño en la búsqueda de sentido, encontramos la confianza de que continuaremos viviendo eternamente y en felicidad plena, pero tampoco podemos demostrarlo. 
Sin embargo, la respuesta afirmativa y definitiva, coincide con la profundidad de nuestro corazón. Querríamos compartir con los que queremos nuestra vida siempre. Si nuestros años nos hacen descubrir la limitación, sin embargo, el amor nos lanza a la eternidad. Querríamos que todo fuese perfecto y armónico. Incluso en al desorden le buscamos la lógica y el sentido. Por eso, yo creo que deberíamos estar más cerca de la vida que de la muerte, del orden y del cosmos, que del caos, del sentido que del azar ciego. 
En cualquier caso, hay que preguntarse. Siempre, constantemente, en todo.