José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Delibes, deliberadamente

03/11/2020

Que se nos escapaba Delibes en su centenario. Pero no, ahí está, nos espera sentado acaso en lo alto de un teso, como su Lorenzo de “Diario de un cazador”. Él está en todos sus personajes, lo relataba en el discurso del Cervantes, y están también ahí sus inacabables lectores, asombrados y absortos ante el caudal imposible de palabras y expresiones del pueblo sencillo, del mundo campesino, que trasladó a los libros, pero siempre escueto y lacónico de metáforas, como cuando dice, en esa misma novela, que el campo es “un mar de surcos y duelen los ojos en la perspectiva”, los mismos surcos, pero distintos, que en Cunqueiro enseñaban geografía a la tierra.

Necesitamos las efemérides para volver a mirar o para mirar más adentro y más despacio. Para observar a este castellano viejo, de tristezas y melancolías, y recordarnos en la función madrileña de “Cinco horas con Mario”, con Lola Herrera, o cómo, más reciente, lo añoraban el año pasado sus medio paisanos burgaleses de Sedano, cuando regresábamos del insólito geoparque petrolífero de Las Loras y nos parecía viajar, en el tiempo y en la escritura de Delibes, desde aquel progreso del oro negro frustrado a esta naturaleza maltratada y despoblada que él contó y defendió sin aspavientos ecologizantes.

Porque hay, deliberadamente, muchos Delibes. El profesor de Comercio. El caricaturista inicial. El periodista todoterreno que dirigió “El Norte de Castilla”, hasta que dimite en 1963 por la censura. El provinciano tranquilo que no quiso cambiar sus paseos diarios en el Campo Grande de Valladolid por la dirección del primer periódico de la Transición… Además del narrador al que tan acertadamente han traducido los cineastas españoles, con Camus y Giménez Rico a la cabeza. También está el Delibes —menos frecuentado— que, sin buscarlo, encontraba entre mis papeles el otro día en el reverso de una crítica de cine de “El País”, de diciembre del 78: su amigo del alma Umbral acusaba recibo, en su columna, en forma de diálogo telefónico, de la novela “El disputado voto del señor Cayo”, cuando —en una España todavía casi constituyente— decía Delibes que ese libro “quizá refleje un poco mi sentir, una especie de acracia, porque los escritores nos avenimos mal con las ideas fijas de los partidos”.

Y todavía menos conocido, el Delibes rácano y cargado de hijos, como él mismo afirma, que se cartea con su editor de toda la vida (Josep Vergés, Destino), en un libro impagable, “Correspondencia, 1948-1986”. Amistad a prueba de erratas y de retrasos en los pagos, y radiografía moral de dos protagonistas totales de nuestra cultura, y de la cultura misma.