Alfonso José Ramírez

Alfonso José Ramírez

Eudaimonía


El derecho, al servicio de la ideología

28/10/2022

Hay hoy, señores, una gran cosa en el mundo que está moribunda, y es la verdad. Sin cierto margen de tranquilidad, la verdad sucumbe», observación testificada por nuestro magnífico filósofo español Ortega y Gasset, acerca de la realidad en los años 50-60, recogida la cita en la obra Ensimismamiento y alteración, título en el que el autor, además, se declara como no progresista.
A propósito de ser o no ser progresista, asistimos a una situación de verdadera perplejidad desde diversos ámbitos con motivo de la promulgación y aprobación de la llamada y conocida como Ley Trans, pues ni el mismo gobierno se pone de acuerdo en el enfoque antropológico que subyace en este borrador de ley. A la sazón, la perplejidad y el debate suscitado relanzan esta cuestión: ¿qué es ser hombre o qué es ser mujer? ¿se está descubriendo o relanzando una «nueva forma» de ser hombre o mujer?
Hay una antropología que está tratando de extenderse entre la opinión pública, sobre todo entre nuestros más jóvenes conciudadanos; la corriente postula: «Ser hombre o ser mujer es lo que tú desees o decidas ser». Desde este prisma, ser hombre o mujer no se da por una correspondencia entre la biología y el género: cuerpo masculino corresponde con ser hombre y cuerpo femenino corresponde con ser mujer. Esta es la concepción tradicional e incluso la que promueve en parte el feminismo clásico: el sexo está determinado por los órganos biológicos, y en gran medida la identidad cultural de género brota desde lo biológico: ser madre lo es la mujer y únicamente lo puede ser ella. 
En esta premisa el verbo ser actúa como correspondencia entre el sujeto y el predicado: ser masculino está vinculado a un cuerpo lo mismo que ser femenino; podemos decir que la identidad viene marcada por el cuerpo recibido que nos encontramos al nacer; la biología determina la identidad. Es cierto, que hay personas que tienen una situación de incertidumbre respecto a su propia identidad sexual, y hay que considerarlas con toda la atención posible, pero la manera de resolverlo que propone esta ley, ¿es la más consecuente y razonable?
La ley que aspira a ser aprobada promueve la autodeterminación, por lo que ni el cuerpo, ni ninguna otra instancia, ni familia, ni instituciones pueden ayudar a determinar la identidad sexual; el sujeto, solamente un sujeto, en su ipsísima individualidad puede elegir quién quiere ser… ¿barbaridad o libertad de elección absolutizada? ¿o las dos cosas?
En el contexto de una visión de conjunto nos encontramos idéntico mensaje dirigido al mismo colectivo juvenil: puedes abortar sin el consentimiento de tus padres. En esta dirección, el anteproyecto de ley promueve el mensaje de puedes cambiarte de sexo con solo una inscripción en el registro civil.
Todo queda a merced de una elección individual y concreta, amparada en el mero deseo individual, por lo que la libertad de elección se absolutiza para poder elegir según diversas motivaciones y no muy claras en según qué casos; todo es posible, cada uno puede elegirse sin ningún referente externo, más allá del propio deseo, interés o motivo. Ni si quiera se puede racionalizar el proceso con un comité de expertos, científicos de diversa índole como pueden ser psicólogos, psiquiatras, médicos o los mismos padres. Solo el sujeto en exclusiva tiene la última palabra.
Como decía Ortega, «la verdad sucumbe», ni la naturaleza humana es ya un referente, ni la biología, ni la familia, sino únicamente el poder que otorga una ley, una formalidad jurídica sin contenidos ni principios antropológicos o referentes externos: solo y todo se promueve desde un único factor, el deseo y tan sólo el deseo absolutizado, -¿y el afán de poder de una ministra?, me pregunto yo-… y es curioso que se haga en nombre de una mejor salud psíquica, cuando, sin embargo, diversas campañas sanitarias nos vienen recomendando desde hace años que no nos automediquemos, por lo que ni para comprar un simple Algidol o Nolotil inyectable en la farmacia somos autónomos, y a su vez, se nos recomienda que hasta por un resfriado vayamos al médico… ¿entonces, en qué quedamos: ¿contamos con los expertos o no, vale de algo la ciencia para decisiones de tamaño calado como establecer la identidad sexual definitiva?
Si la ciencia es un tipo de conocimiento que puede estar al servicio de la verdad, aunque también a veces de determinados intereses: ¿por qué en este caso es silenciada? ¿no es mejor que una persona en situación de crisis de identidad, busque y encuentre los mejores referentes posibles para encontrar la respuesta idónea a su situación particular y concreta?
Quizá se está pretendiendo que el derecho esté al servicio del poder ideológico, no de una antropología natural y de base racional: la persona no se encuentra en el punto de mira, sino la ideología.
Quizá más que una ley de identificación sexual es una ey de desorientación sexual, pues grande es el desconcierto organizado.