José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Gustos personales

07/02/2023

Me he preguntado muchas veces qué verdaderas aficiones culturales tienen nuestros políticos actuales. ¿No las tienen o es que no las cuentan o nadie les pregunta? Y no es que tal asunto sea cosa vital para la cotidianeidad del ciudadano o la marcha de la nación, pero sí que tiene alguna influencia como prescripción de un cierto canon cultural para el común.

Sólo hay que recordar el éxito de ventas de una novela de Marguerite Yourcenar, de 1951, Memorias de Adriano, libro de cabecera de Felipe González, antes de llegar a la Moncloa. O cómo nos detuvimos más en la música de Gustav Mahler a partir de las preferencias de Alfonso Guerra, que además de releer a Machado, degustaba de Thomas Mann y en su juventud había dirigido teatro aficionado y fundado varias revistas culturales. Por no citar al "viejo profesor" Tierno Galván, gran alcalde de la movida madrileña, que resucitó/reinventó una capital para todos y convirtió sus Bandos municipales en piezas literarias de barroca ironía, como cuando, ante el Carnaval de 1983, pedía a los madrileños que evitaran los abusos de "currucatos, boquirrubios, lindos y pisaverdes, unidos a destrozonas, jayanes, bravos de germanía, propicios a la pelea y al destrozo" (hay edición, con prólogo de Lázaro Carreter). Y no me olvido de los literarios Bandos de Jesús Martín, desde 2003 alcalde de Valdepeñas. La democracia tuvo también como ministros de Cultura dos verdaderos intelectuales independientes, en los gabinetes de González y Zapatero respectivamente: Jorge Semprún, que luego contó algo en su libro Federico Sánchez se despide de ustedes, y César Antonio Molina, más perfil de gestor cultural y hoy muy crítico con el Gobierno.

Leopoldo Calvo Sotelo, ingeniero de caminos, se ponía al piano y pasa por ser, además del presidente más breve, el más culto, seguro que no tan lector del Marca como Rajoy. De la clase política actual no sabemos, por ejemplo, si pisan un teatro fuera del acto oficial con foto. ¿Van a conciertos, a las salas de cine? ¿Sólo series televisivas, como el atrabiliario podemita? ¿Qué pintores admiran, qué museos, fuera de inauguraciones, qué libros compran?... De Sánchez supimos que estuvo en el último concierto Serrat, en Barcelona; no mucho después, cumbre francesa por medio, acompañó a Macron al Museo Picasso y, en una burbuja de guardaespaldas, tomó luego café con Salvador Illa en una librería del Ensanche, donde se cruzaron regalos, para tuitear luego: "Qué placer es perderse en una librería". Oh, pero qué coincidente alegría.

"Hambre de Cultura" gritaba literalmente una publicidad institucional pospandémica, pero, salvo excepciones, qué inapetente de la misma parecen estar los próceres; no querrán parecer elitistas. ¿Será, como decía el poeta José Ángel Valente, que "la política está con seguridad muy desculturizada", y, además, demasiado ideologizada?