José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


La letra Z

15/03/2022

En la guerra que viene del Este y escupe al mundo imágenes tan difíciles de soportar, ha llegado como símbolo del mal ruso, invasor y maldito, la letra Z, malignizando el último signo del alfabeto en símbolo de muerte y tragedia. Pocas veces como ahora se ha apropiado la significación simbólica del significante inocente; al punto que un trozo de sonido, un trazo en el lienzo inmaculado se ha convertido en la nota musical impresa que acompaña a los tanques de Putin sobre el invierno ucraniano, que pinta las medianas de los edificios de San Petersburgo (¿el nuevo Putingrado?) o que tapa con cinta blanca el pecho del gimnasta Kuliak en el podio de Doha, acaso en una de las últimas presencias de deportistas rusos en competiciones internacionales.
Dicen que es la Z de Zapad (Oeste, en ruso) o que viene de Za pobedy (Por la victoria). El caso es que impregna las cuentas en las redes sociales que apoyan la invasión, decora automóviles y mancha las imágenes amenazantes que distribuye la propaganda del Kremlin.
Pobre letra escoba del diccionario que pareciera recoger las palabras descolgadas, aquellos términos más bien feos, pocos agraciados, zaheridos por el tiempo y la distancia, zambullidos en la última fila, enjaulados en un zoo lingüístico de desheredados. Palabras que por poco no quedan fuera de los registros formales, escasas, pero no tanto, como la Ñ, la X o la W, en las últimas soledades alfabéticas, desprovistas de la nobleza léxica tan apabullante de tantas otras hermanas del diccionario. Zeta nombrada como zarrapastrosa y zopenca, zopa y zoqueta, zurcida, que no bordada, en este zafarrancho de combate zafio y zaino que abre zanjas de fosas colectivas de cadáveres. Zeta de vieja zarpa soviética, distinta pero la misma que aplastó la Primavera de Praga en el 68 y antes creó el Gulag o mató de hambruna a los campesinos.
Esa Z que el humorista gráfico Javi Salado quitaba en este periódico de la punta de la espada de un Zorro avergonzado. Letra que zigzaguea y se retuerce como una sierpe; tan lejos de la A que dibuja orgullosa su mayúscula como una torre, un faro, un observatorio afilado hacia las alturas, de una geometría perfecta como una pirámide, encabezando la lengua, la literatura, el pensamiento, abriéndose como abanderada del saber, pero también, ay, negando —acríticamente— cuando la convierten en inseparable prefijo. 
Han putinizado la Z, intentando asesinarla. Como harían, si pudieran, con el presidente ucraniano Zelenski, ese héroe en camiseta caqui de tan incierto futuro como su país. Y como Occidente mismo.