José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Café con don Quijote

22/02/2022

En Oviedo, al bronce de Woody Allen a pie de calle le rompen sus gafas y al poco las reponen; no sé si la Fundación Príncipe de Asturias o la municipalidad, es lo mismo. En mi ciudad, tan cervantina y quijotesca, al Quijote de Joaquín García Donaire nadie lo repara ni limpia su bronce derretido en lamparones. Le falta una correa del estribo izquierdo, y el derecho es una tosca réplica de hierro, más el resto de un trozo de plástico allí atado. En pleno centro desde 1968, pero invisible, ajeno, como el entorno, solo desafiante frente a los molinos de la dejadez y la rutina.
No escribe uno el parte de desperfectos locales, pero es que, desde un Rocinante nada flaco por cierto, ese día el bueno de don Alonso quiere salir de su invisibilidad —o el bullicio de la chavalería de Hermano Gárate a la hora del recreo rompiera su sueño— y se pone a tomar café con nosotros en el Pilar, todo él chorreado y blancuzco, para lamentarse, entre resignado y heroico, de esas heridas del tiempo que no restaña el mejor bálsamo de Fierabrás. Y hasta se atreve, memorión él, a citar a su escultor, a la postre Hijo Predilecto de Ciudad Real, cuando le modeló para representar la aventura de los molinos: «De ahí el gesto desafiante del caballero y el espanto de Rocinante, que podemos decir participa de la locura de su jinete. El fracaso o la caída que representa es lo cotidiano, la consabida debilidad humana, que nada puede deslustrar el noble espíritu del caballero andante». Así lo recogía la prensa de entonces. 
Pero aprovecha además, ahora que alguien parece escuchar su lúcida quimera, que a lomos de Clavileño ha visto desde las alturas cómo a su padre Cervantes, avecinado a tiro de veladores, esculpido precisamente por García Coronado, tío de Donaire, y no ha mucho restaurado se le escapa el óxido entre sus bajorrelieves, y que no muy lejos de allí, en el parque Gasset, la Alegoría de la Primavera, de Jerónimo López-Salazar, muestra la desnudez de su piedra desconchada y mordida por el musgo venido del norte. Y algo más allá, nos preguntaba por esa cabeza femenina postiza del monumento a Gasset, e incluso por qué una romántica cruz de piedra (la Cruz de los Casados de la leyenda) sujetaba sus grietas por dos abrazaderas metálicas… Serán los entuertos de la indiferencia ciudadana, señor de la Triste Figura, y de los estamentos culturales públicos y privados, o de los remanentes de presupuesto destinados a otras cosas más productivas, le respondimos. Piense que allá en la zona de más ocio y molestias nocturnas de nuestra ciudad, donde hubo un alcázar medieval y resta sólo un modesto arco emblemático, este estuvo quince años vallado y envuelto en maleza. «Vuelva al pedestal amigo Quijano y consuélese en su eternidad literaria grande, pese a su bronce sucio», le dije.