Juan Villegas

Edeumonía

Juan Villegas


Cuando Occidente nos dejó de gustar

24/02/2023

Ha pasado un año desde que Rusia, contrariamente al derecho internacional y sin ningún tipo de amparo moral, invadiera de una manera criminal a Ucrania, un Estado soberano e independiente. Lo que en aquellos días parecía para todos que iba a ser una operación relámpago, similar a la que Rusia llevó a cabo para anexionarse la península de Crimea, se ha convertido en un conflicto que con el paso de los meses se ha ido agudizando, adquiriendo poco a poco más y más gravedad y que ve alejarse las posibilidades de volver a entablar en algún momento las negociaciones que lleven este enfrentamiento bélico hacia una salida que pueda satisfacer a ambas partes. Habermas, posiblemente el filósofo actual más importante, ha publicado recientemente un artículo en el que mantiene la tesis de la necesidad de hacer posible entre todos los países, la Unión Europea y muy especialmente Estados Unidos, la vuelta a las negociaciones entre Ucrania y Rusia. La resolución del conflicto debería llegar por vías de la paz. Ucrania no debe perder la guerra y a Putin se le debería brindar alguna solución con la que poder lavar la cara. Entre todos se deben buscar compromisos tolerables por ambos países, como podría ser el restablecimiento del status quo anterior al 23 de febrero, y la renuncia por ambas partes a seguir manteniendo posiciones ambiciosas que la guerra ha puesto ahora sobre la mesa. Para Habermas, por tanto, el apoyo a Ucrania y el envío de armamento por parte de los países de la Unión Europea y de la OTAN se justifica en la necesidad de que Ucrania no debe perder la guerra, pero sin olvidar nunca el número de víctimas ni el peligro al que se exponen las víctimas eventuales, ni la magnitud de la destrucción real y posible que se acepta con el corazón encogido en nombre del objetivo legítimo. 
Lamentablemente, esta razonable propuesta para encauzar el conflicto hacia un final pacífico parece ya imposible tras los discursos que ayer mismo realizó Putin ante la Duma y en la celebración festiva del primer aniversario de la guerra en el estadio moscovita Luzhnikí ante una multitud entregada por completo al dirigente ruso y su alocada causa. Los últimos mensajes del Kremlin alejan la posibilidad de reconducir esta guerra en la dirección señalada por el filósofo alemán y a la luz de las palabras del presidente ruso todo parece indicar que nos encaminamos a una escalada de violencia y a una extensión del conflicto más allá de las fronteras de Ucrania y de Rusia. Sería extremadamente peligroso que Putin, como sucede en el juego del gallina, hubiese tomado la decisión de elevar el conflicto hasta ese punto en el que solo se espera que sea el otro el que primero pare o se aparte para evitar esa situación a la que nadie desearía llegar de destrucción fuera de control.
Tras la experiencia de las dos guerras mundiales y del horror inmenso que provocó la visión de los millones de víctimas, el mundo decidió retomar el proyecto civilizador para superar el estado de pura animalidad y se comprometió a regular el orden internacional conforme a principios racionales para aceptar solo el derecho y la ley como los únicos modos admisibles para la resolución de los conflictos internacionales. Así quedó recogido en la Carta de las Naciones Unidas de 1945 y con tal fin se creó la Corte Internacional de Justicia de la Haya. Pero, ¿dónde han quedado estas aspiraciones? ¿Es capaz el tiempo de borrar la profunda experiencia humana de destrucción y de espanto? ¿Acaso cada generación debe aprender por ella misma, atravesando el páramo de la desolación, la destrucción y el horror, que la alternativa a un mundo ordenado conforme a principios morales es un mundo peligroso e inseguro donde los más débiles quedan desprotegidos y totalmente indefensos? ¿Se acabó el ensueño de un orden internacional organizado a partir de grandes principios que garanticen la paz y la justicia? ¿No nos queda otra que asumir el realismo político de Hobbes o Maquiavelo, aceptar que el hombre es un lobo para el hombre y supeditar los grandes principios morales al imperio de la fuerza y del miedo? 
Occidente debería liderar el proceso global de transformación hacia un mundo de mayor bienestar material, de una nueva industria verde que haga posible un desarrollo económico sostenible, un mundo más científico y tecnológico. Pero no debería haber perdido nunca de vista la importancia de cultivar una cultura humanista y educar en ella, cultura que, entre otras cosas, es capaz de mantener viva la memoria de las víctimas, de cultivar la necesaria empatía con la que espolear emocionalmente una razón que dirige la acción hacia el cumplimiento y respeto de grandes principios morales. Acontecimientos como los que por desgracia ahora cumplen un año no surgen de un día para otro, ni solo son imputables a la sinrazón de las aspiraciones de un enajenado.