El transcurrir de todo ser humano tiene lugar entre dos acontecimientos clave: el nacimiento y la muerte. Todo lo que acontece entre estos dos momentos es aquello que denominamos como vida. Ésta supone el sustento y dinámica de todo ser viviente, pues es el elemento constituyente de todo el resto de actividades que podemos hacer mientras la vida nos asiste. Por un lado, nos podemos preguntar, si la vida nos asiste a nosotros, siendo pasivos en su recepción, dinámica y finalización o, por el contrario, somos nosotros los gestores de esta vida, sus hacedores fundamentales, ¿en qué medida la vida nos determina o nosotros la determinamos y hacemos? Para responder a este dilema podemos advertir lo siguiente:
De parte de la metafísica tradicional, la vida se ha considerado desde una perspectiva trascendental, como un todo, con su dinámica propia, presente no solo en la vida humana, sino en la totalidad del universo. La vida era designada por los griegos en una doble acepción: toda vida física, expresada en el término Bios, desde la que está presente en una simple célula, en una planta, a la vida de un ser humano, etc. y, también, como Zoe, vida en sentido abstracto o general y en sentido de existencia: todo aquello que existe, pensemos en la totalidad del universo. Lo vida tiene entidad propia: podemos hablar de lo viviente, lo cual es desde sí mismo. Al ser trascendente quiere decir que nos rebasa, está incluso más allá de nosotros mismos; la vida tiene 'vida propia', valga el juego de palabras. En la vida es desde donde amamos, realizamos nuestras acciones, tomamos nuestras decisiones, buscamos y realizamos la verdad en forma de compromisos, procreamos, vivimos la realidad, etc. la vida es, en definitiva, desde donde somos todo lo que somos y podemos ser. Es nuestro radical sustento.
Y aunque todo está vivo en la medida que existe, a su vez, la vida existe en cada ser de manera específica, hasta el punto de que en el ser humano la vida comporta una doble dimensión: la vida físico-biológica y la vida espiritual. Así la distingue y desarrolla Max Scheler en sus obras, y en concreto, en una obra de síntesis sobre él, de Rodríguez Duplá, titulada La primacía del amor, aparece expuesto que para Scheler un modelo de esta concepción de la vida como totalidad es San Francisco de Asís, pues éste llamaba al Sol como hermano, igualmente a la luna y hasta ser hermanaba con la muerte. La consideración biológica de la vida no se puede escindir de su dimensión espiritual. En esta corriente de pensamiento, lo espiritual y lo material están indisolublemente como un todo; la vida es una entidad integral.
Scheler advierte que desde que las ciencias naturales y la biología, más en particular, concurrieron en el ámbito del conocimiento, lo biológico se ha convertido en un objeto de conocimiento y manipulación también, y ambas dimensiones de la vida como realidad biológica y espiritual han quedado escindidas. Ha pasado a predominar una concepción materialista de la vida, negando la dimensión espiritual de lo viviente. Estamos en un momento en que la vida se quiere duplicar de manera artificial a través de la biología sintética. La vida se ha convertido no solo en objeto de conocimiento, sino de manipulación ilimitada.