Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


Cuando las palabras no significan

03/02/2023

Decía Nietzsche que el peor enemigo de la verdad no es la mentira, sino las convicciones. Estoy plenamente de acuerdo y constantemente llego a esa conclusión cuando analizo mi mundo y me analizo a mí mismo (porque reconozcámoslo, toda propuesta realmente auténtica comienza por el análisis de sí mismo). Entre la realidad y yo, el gran riesgo que se cruza en el camino son las convicciones, lo que equivale a decir que ellas se encuentran entre mi yo y la verdad. Las convicciones pueden corroer la verdad y pueden ocultarla encerrando al sujeto en lo que él entiende por su verdad. Cuando eso sucede, todo queda entonces reducido a falsos principios que fundamentan la más pura ideología. Este, creo, es el mal radical que afecta a nuestras sociedades y es en torno a lo cual se están moviendo los engranajes de todos los tipos de poderes existentes. La cerrazón del sujeto humano en las ideologías que viven difuminando la realidad y, por tanto, la verdad ha sido el gran descubrimiento de manipulación del siglo XX y lo que llevamos del XXI, algo que impide el equilibrio en las cuestiones más importantes que nos afectan como pueblo y como mundo.
En el mundo de la ideología la realidad se desvanece y sólo queda la palabra. Pero si la palabra ha sido lo que es a lo largo de nuestra historia, si la palabra es valiosa, lo es porque en ella el ser humano siempre experimentó el acercamiento a lo real. La palabra es vehículo para llegar a lo otro que no soy yo y para el encuentro con el otro. Cuando la palabra se vacía de contenido, el ser humano se queda sin fundamento y sus pies gravitan en la nada. Y gravitar en la nada significa vivir en la desintegración, en la ruptura y en la descomposición. 
Una vez llegado a ese punto, cuando las palabras ya no significan, lo único que queda es violencia, porque es necesaria una fuerza infinita para que las personas hagan lo que es imposible. Es esa fuerza de la alumna modélica y su discurso en la Universidad Complutense ante la presidenta de la Comunidad de Madrid (por muy mal que nos caiga) o la fuerza de las palabras de todo un ministro de Justicia justificando los escraches en una universidad como parte del diálogo y el debate. Cuando las palabras ya no significan, se confecciona una narrativa mitopoiética sobre el mundo, y las guerras y los genocidios se legitiman en nombre de la justicia social, se reescribe la historia como la lucha entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, y se obliga de manera violenta a consagrar dicha historia en los planes de estudio y en medios de comunicación. Cuando las palabras ya no significan, los diputados votan para que la vicepresidenta del gobierno no tenga que dar explicaciones de por qué su marido accedió al puesto al que accedió, para que la ministra de Igualdad no tenga que dar explicaciones en el congreso por las reducciones de condena y excarcelaciones derivadas de la ley del 'sólo sí es sí'. Y cuando las palabras ya no significan, se aprovecha la existencia de la ideología para que en la calle se peguen defendiendo a los políticos los que realmente sí tienen que dar explicaciones para poder pagar sus multas y sus impuestos mientras cumplen las leyes como buenamente pueden. Insisto: cuando ya nada significa, sólo que queda violencia infinita para obligar a hacer lo imposible.
Y es especialmente curioso este fenómeno: cuando las palabras ya no significan se está convencido de que la realidad se transformará cambiando las palabras. Se necesita que las palabras ya no signifiquen nada para poder establecer, con palabras, una nueva realidad. Y las familias numerosas ahora son «familias con mayores necesidades de apoyo a la crianza», para olvidar a los asesinados por ETA se habla de «memoria democrática», el terrorismo musulmán no es terrorismo ni es religioso y el comunismo de Podemos es «democracia popular». Añadan ustedes cuanto quieran.
Cuando las palabras ya no significan, todo cuando se dice es para «proteger a la ideología del malintencionado ataque de lo real», como afirmó Françoise Thom, y es fundamental recordar constantemente la victoria de la ideología frente a la realidad. 
Cuando las palabras significan la realidad se ablanda y nos cobija; cuando las palabras no significan, todo se endurece y se congela, el otro es un peligro y solo queda el poder.