Antonio García-Cervigón

Buenos Días

Antonio García-Cervigón


Esperanza para el campo

20/02/2024

Hace dos años, por estas mismas fechas ya se anunciaba en los periódicos que la sequía apretaba a ganaderos y agricultores. En ese tiempo había llovido un tercio menos de lo habitual y las reservas de agua estaban a menos del 50%. El campo fue el primero en dar la voz de alarma. Para hacer frente a las sequías cíclicas, España ha ido construyendo presas y embalses que almacenan el agua en tiempos de lluvia para utilizarlas después en épocas de escasez. Ya los romanos recurrieron a esta técnica, cuando en el siglo I antes de Cristo empezaron a construir embalses en nuestro país. El más antiguo, en Badajoz. Ahora existen más de 1.200 presas y embalses, de los que más de la mitad fueron construidos en la época de Franco, pero en los 40 años de democracia fueron inaugurados cerca de 300, y siguen construyéndose nuevos. Pero en el Gobierno de Pedro Sánchez se han suprimido 85 que estaban ya proyectados. Hace un par de años escribimos en estas páginas un artículo en el que volvíamos a ocuparnos del Plan Hidrológico que José Luis Rodríguez Zapatero borró del mapa, seguramente porque lo puso en marcha el Gobierno de José María Aznar. 
Una de las cuencas fluviales más importantes que tiene España arroja al mar cientos y cientos de hectómetros cúbicos de agua a través de la desembocadura del río Ebro, y ahí, en Cataluña, tienen carencias de agua para beber sin que nadie lo remedie, porque sus políticos están en otros temas perdiendo el tiempo.
Y mientras, siguen las protestas de los agricultores que han trabajado con unos precios irrisorios de sus productos, sin reparar que desde Europa, con la monserga de la globalización, se colaban terceros países, con cuyos precios no podían competir. Las normas que llegaban desde Bruselas eran eficaces para el medio ambiente y los campos para disfrutar de sus bellezas, pero no para producir como siempre se ha hecho. Tarde o temprano esto se veía venir y los hombres del campo, familias de varias generaciones, relatan ahora amargamente la evolución del campo español: «Hoy se produce para exportar con tecnología punta, pero bajo el yugo de una asfixiante burocracia que ha servido en bandeja el abandono de nuestros pueblos y la soledad de nuestras tierras». En cambio, sí notamos y vemos ante nuestros ojos que las circunstancias de los derroteros por los que camina nuestra sociedad, como el medio ambiente, las normas verdes y el cuaderno digital, emanan de los funcionarios que no saben distinguir una espiga de cebada de otra de trigo, y no digamos nada del centeno o la avena. Parece como si la PAC hubiera dictado que el campo es para pasear, o para encontrar paisajes luminosos y atractivos que retratar en Instagram y se ha perseguido, en cambio, las variedades de granjas, trasvases e invernaderos donde late el trabajo y la producción de siempre, de toda la vida y que supone auténtica riqueza. Y en esas estamos.