José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Ronda a pie

23/05/2023

Hoy he recorrido la Ronda de mi ciudad a pie. No sé si son dos carreteras nacionales (N-401, N-430) y una autonómica (CM-412), una calle con sus autobuses y sus paradas con marquesina o un despropósito que nos aprisiona. Tengo escrito que es una muralla invisible, no en vano sustituyó el amurallamiento medieval del que se salvó, milagrosamente, una de sus puertas y varios metros en la ronda de la Mata. En su tiempo impidió la expansión urbana porque los munícipes optaron por crecer/especular en altura, hoy es un anacronismo circulatorio y urbanístico, cuando no un siniestro historial de atropellos y accidentes con cuatro carriles enfrentados, mientras la deseada segunda ronda vive, desde hace décadas entre promesas lejanas y lentísimos fragmentos.
Hoy he vadeado nuestra ronda capitalina y soñaba que teníamos unos de esos bulevares provincianos de los que otras ciudades se enseñorean. A media mañana de un día laborable, huyendo de las horas punta donde el caudal de coches es una pesadilla que flota como un rugido, un lamento sordo, ahora bajo un palmeral de farolas electorales que parecían abanicar el tráfico con rostros sonrientes y lemas de usar y tirar hasta el 28-M, he ido cruzando y contando semáforos (17 con pulsador de peatón, 13 sin pulsador) como si atravesara barreras o puentes imaginarios, como si en esa senda —que a la altura de la ronda del Carmen, antes del garaje Ford, acusaba el aroma de los tubos de escape— se deslizaran las bicis de Copenhague, como si los candidatos de las farolas, que apenas si han dejado metros sin cubrir, hubieran ofrecido alternativas a este estrecho cinturón que parece convertido en metáfora de las sevicias de una ciudad pintarrajeada por bípedos y cánidos.
Marcaba las 11.46 horas el luminoso de una farmacia por la Puerta de Santa María y la ficción itinerante me llevó a esos marcadores que cuentan el tiempo que falta para algo —acaso para el debate aplazado sobre qué ciudad queremos y nos proponen—, mientras el rugido de un enorme tráiler con rótulo de Badajoz me hizo despertar a la realidad, luego una furgoneta de paquetería ponía la doble intermitencia en el sentido de vuelta a la altura de Cruz del Sur y otra de muebles había hecho antes lo propio en el cruce con Pozo Dulce: qué bonitos nombres de calles y qué fea circunvalación. Llego a casa con el kilometraje hecho y en el buzón, descolgándose de las farolas electoralistas, recojo una lluvia simultánea de papel político con personalizadas ofertas entre corazones, unidades, manos, pensares y confianzudos tuteos de ocasión.
Caudaloso río de velocidad, contaminación y ruido, tan ajeno a la inminente Zona de bajas emisiones de la que esta campaña electoral apenas quiere saber nada. Malhadado y estrecho cinturón que se cruza y nos muerde feroz.