José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Roma romana... y calatrava

20/03/2024

La parada romana de la Compañía Romana –sicum, por más que otras denominaciones hablen de Decuria, de Centuria o de Legión en otras latitudes, igual que otros cronistas hablan de los armaos como cuerpo militar, merced a sus armas y armaduras– del Santísimo Cristo del Sepulcro de Bolaños de Calatrava, el pasado 13 de marzo, ha supuesto una riada de hipérboles informativas digna del obelisco Sixtino –mandado levantar y colocar por el papa Sixto V– y levantado por Doménico Fontana en 1586, después de haber ocupado la spina recreativa del circo de Nerón, y tras una primera procedencia egipcia y traslado bajo el emperador Calígula en el año 40 de nuestra era.
Digo que los 25,9 metros de altura de la piedra monolítica de granito rojo del valle de Asuán –que eso es el obelisco granítico del Vaticano– debieron enmudecer ante el desfile –entre marcial y festivo– de los armaos del Campo de Calatrava en una parada en formación de toque de marcha y luego de caracol y de estrella. Todo ello como alegoría blanda y blanca de la Ruta de la Pasión Calatrava, bajo la mirada complacida de sus seis comandantes principales y de  otros actores secundarios, pero no menos principales. Parada prepasional, capaz –según las crónicas al uso– «de iluminar la Plaza del Vaticano» y de constituir, además, «un hecho histórico». Menuda paradoja: iluminar el lugar, en plena mañana romana soleada y apacible, y sentar gestas históricas –nada más y nada menos– que en la misma Roma, entre el Castillo de Sant'Angelo y la mole papal enorme y simbólica, no dejan de ser atributos desproporcionados y excesivos para ese relato del hecho histórico que se supone que porta y conduce la Compañía Romana del Santísimo Cristo del Sepulcro de Bolaños de Calatrava. 
Unos armaos con armadura y casco de latón, faldoncillo rojo de terciopelo, calzón blanco y botas rojas, capaces de constituirse propiamente en «embajadores de la tradición». Por más que esas tradiciones se confundan con adjetivos floreados, corazas latonadas y pasos festivos, que  no marciales ni belicosos, lejos de la beligerancia histórica del ejército romano, como cuenta John Wilkes y cuyo desfile no dejaba de mostrar la perplejidad de las piedras –de todas las piedras doradas y soleadas: bramantescas, sangallescas, dellaportianas, buonarrotianas y berninianas– y de las caras circunstantes de la Guardia Suiza Vaticana, que en competencia con la Compañía Romana del Santísimo Cristo del Sepulcro de Bolaños de Calatrava custodiaba al papa Francisco.