El Gobierno celebra trimestre tras trimestre cifras históricas de recaudación fiscal, mientras el ciudadano medio sigue lidiando con un sistema de servicios públicos que roza el colapso. Trenes que no llegan o ni siquiera salen, aeropuertos saturados y desorganizados, carreteras en estado lamentable, oficinas del SEPE con meses de espera y la Seguridad Social incapaz de dar cita previa en semanas. ¿Cómo es posible este deterioro generalizado en un país que ha recibido miles de millones de euros en fondos europeos y que sigue aumentando su deuda para gastar más?
ADIF y el Ministerio de Transportes son las entidades que más recursos han absorbido en los últimos años, pero el resultado dista mucho de estar a la altura. Retrasos crónicos en las líneas ferroviarias, obras sin terminar y promesas que no se cumplen son ya la norma. Mientras tanto, los usuarios del transporte público se resignan a un servicio cada vez más caro y más deficiente. La gestión del SEPE y de la Seguridad Social se ha convertido en una pesadilla burocrática. Conseguir una cita puede tardar semanas, a veces meses. Las líneas telefónicas no funcionan, las plataformas digitales fallan, y muchos ciudadanos -especialmente los más vulnerables- se ven abandonados a su suerte. No se trata de un fallo puntual: es un colapso sistémico.
Frente a esta realidad, las explicaciones oficiales varían según el día y el portavoz. A veces se culpa a la pandemia, otras a problemas técnicos, sabotajes o una supuesta falta de personal. El relato cambia, pero la excusa persiste. La ciudadanía, sin embargo, empieza a cansarse de ser tratada como si no entendiera lo que ocurre: se recauda como nunca, se gasta como nunca, pero los servicios públicos funcionan como si estuviéramos en una crisis perpetua.
La gran pregunta sigue sin respuesta: ¿dónde está todo ese dinero? ¿Cómo puede ser que con fondos europeos, aumentos presupuestarios y récords de recaudación, el Estado no consiga garantizar lo más básico? La sensación de estafa crece, y con razón. Porque detrás de los discursos triunfalistas y las cifras macroeconómicas, hay millones de personas atrapadas en un sistema que se cae a pedazos mientras se les pide que aplaudan.