Debo a Lorena García Díaz, musa castellanomanchega de Antena 3 y Espejo Público, el interés que me ha suscitado la buganvilla esta primavera. La sigo a través de sus redes en las reflexiones de pasillo que realiza en casa, con la misma naturalidad que presenta la tele o viceversa. Así, cual si fuera reencarnación del Padre Mundina, explica cómo hace ella para que la buganvilla adquiera ese color fastuoso que irradia en abril. Entre nazareno, lila, morado y añil, deslumbra a quienes nos acercamos para mirarla. El lenguaje de las flores me parece asombroso y ya lo utilizaban romanos y griegos en la Antigüedad. Aunque para mí, sin duda, quien mejor exprimió todo su jugo y aroma fue Charles Baudelaire con sus míticas Flores del Mal. Hace poco me enviaron una felicitación por el Día de la Voz con uno de sus poemas que me pareció fastuosa. Los clásicos es lo que tienen, jamás pasan de tiempo y cada vez que vuelves a ellos encuentras algo nuevo. Es como si fueras a descubrirlos de la misma forma que el primer día.
Lorena me ha puesto en la senda de la buganvilla y la primavera. El campo estará verde como hace mucho que no lo hacía. Han aparecido ríos y arroyos de los que desconocemos su nombre. Recuerdan a aquel poema de García Calvo que decía «el gran árbol le da su fruto al que el nombre del fruto diga». La Naturaleza está viva y hace que el pálpito se acelere y el amor reverbere. Es una sensación de extraño, antigua, que pareciera resurgir de nuevo en el corazón. Algo machadiano asociado al milagro de la primavera, pero mucho más pasional, lírico y mundano. Carlos Cano decía «donde vive el deseo es donde vive la realidad». Un verso muy hermoso, hermosísimo, como casi todo lo que él escribió, igual que aquello otro que decía: «Granada del alma mía, si tú quisieras/ contigo me casaría esta primavera». Está claro que la primavera revienta el corazón de los poetas y se ponen a cantar ahuyentando al destino. También alcanza los caracteres y por eso dicen los psicólogos que aumentan las pulsiones y los homicidios. Las flores de abril y mayo brillan como jamás ya nunca lo harán en la belleza del estío y la madurez del otoño. Por eso cada época tiene su lírica y nos lleva por delante de una manera natural y suave.
La primavera exacerba las pasiones y lo estamos viendo en la política y las campañas electorales. Yo, sin embargo, prefiero quedarme con la buganvilla y su paz, la tranquilidad y su excitación, por qué no. Se sabe bella cuando la contemplan y rompe la monotonía del verde con su color de noche azul temprano. Las prisas hacen que no usemos la mirada y se nos pasen los más hermosos detalles sin apenas darnos cuenta. Y si algo enseña el tiempo es que la vida está en los detalles. Con la pareja, con los amigos, con los amantes. A una persona la conoces antes en un pestañeo que en un discurso… O viendo el color de sus solapas, el puño de las muñecas o el aire de sus volantes… La buganvilla tiene a favor el nombre, tan eufónico como diminuto… Juan Ramón escribía «no le toques ya más, que así es la rosa…» Cada tarde de abril es una maravilla de luz y sabor, canela y esfera, igual que la mañana un pálpito violeta, ígneo, furor y leyenda. Las margaritas duermen sobre la sangre de un manto de amapolas. Y es que la primavera tiene sus flores predilectas y sus manías encontradas. La buganvilla es una. Y Lorena, sin duda, otra.