Ramón Horcajada

Edeumonía

Ramón Horcajada


La duda de la duda

26/10/2023

Hay actitudes que me resultan difíciles de entender, aunque quizás sea yo el problema. Libros como el Elogio de la duda, de Victoria Camps, acaban generándome multitud de inquietudes por sus propuestas, de las que acabo distanciándome por contradicciones que para mí serían inasumibles. Seguro que el problema soy yo, insisto, pero no veo ningún atractivo en el elogio de una duda que no hace sino llevarnos a callejones sin salida.
Para la autora, lo que mantiene viva la filosofía es la duda, no dar nada por definitivo. La duda es una actitud plenamente humana, de seres limitados y finitos, pero la pena es que no es habitual, expresa la filósofa, aunque hemos escogido una forma de gobierno, la democracia, que se asienta en el diálogo, en el contraste de opiniones, sabiendo que son muy pocas las ideas que pueden mantenerse contra viento y marea.
Esa es la cuestión. Elogiamos la duda, pero al mismo tiempo afirmamos que hay ideas, aunque sean pocas, de las que dudar. Para Camps, hemos consensuado algunas verdades universales con la ventaja de que son abstractas. Frente a estas ideas, la religión y la política sí que constituyen un impedimento para la discusión razonable y civilizada. La duda te hace pensar, mientras que las profesiones de fe, las fórmulas y las recetas que ofrecen soluciones, evitan tener que pensar. Lo que nos uniría es una jerarquía de valores y principios que pretendemos universales, abstractos y laicos. De esto ya no hay que dudar, de que existen valores abstractos y laicos que no han sido decretados por ninguna fe concreta y que los hemos abrazado porque pensamos que deben sostenerse como tales (nada ha influido en el establecimiento de esos valores en nuestra cultura la fe cristiana, por ejemplo la Escuela de Salamanca, por nombrar alguno).
Frente a la máxima evangélica «la verdad os hará libres», la duda de una ética sin atributos sí que nos hace libres, porque la verdad no es patrimonio de nadie y, en todo caso, si existe alguna verdad, ésta siempre tiene una formulación muy poco precisa, abierta a más de una interpretación. Su ética es una ética difusa, no escéptica, porque hay cosas que no están bien y no se deben hacer, y que es posible cambiar lo que está mal.  La ética no se construiría desde el escepticismo, pero tampoco desde la seguridad de quien cree poseer el árbol de la ciencia del bien y del mal. La ética parte de unas pocas convicciones claras, pero difusas (la justicia, la paz, la solidaridad, el respeto) y mantiene una actitud abierta y dialogante con el fin de ir dotando de contenidos esos grandes conceptos que la sustentan. 
Pero si la duda es la que nos hace libres, ¿por qué tengo que asumir esas convicciones tan "claras" y "difusas"? ¿Qué cosas no están bien y se deben evitar, como asume la autora, y no se pueden dudar? De las siguientes, según ella: la libertad debe tener límites, la igualdad es objetivo irrenunciable redistribuyendo la riqueza y, por tanto, la socialdemocracia es la mejor opción para solucionar las cuestiones sociales. 
Ahora sí, de repente, ya no se duda de todo, no se puede poner en cuestión el objetivo de una vida mejor para todos, ni intentar dibujar sociedades utópicas, sino que hay que tomar como principio los valores conseguidos y a los que no sería legítimo renunciar, según ella. De repente hay principios que no son discutibles. Es antidemocrático tratar que los dogmas que uno profesa, como Dios, el neoliberalismo o el soberanismo, sean impuestos mediante la fuerza, ya que una conciencia libre se forma sospechando de lo que viene impuesto y dudando para propiciar un diálogo que encuentre respuestas y razones que las apoyen. Estoy de acuerdo, pero ¿en qué momento alguien no puede sentir que la justicia, la igualdad y la socialdemocracia puede ser también algo impuesto sobre lo que no se ha discutido lo suficiente? ¿Por qué su propuesta es indiscutible?
Me pregunto si establecer la duda como principio racional y de convivencia es compatible con tener que asumir principios incuestionables, por mucho que para la autora sean racionales y laicos. Si la duda es el marco previo de toda discusión no tengo por qué asumir, como asume Victoria Camps, que la dignidad, la libertad, la igualdad y los derechos humanos no están abiertos a interpretaciones arbitrarias. Según ella, los derechos humanos puede que sean ficciones, como dijo Bentham, pero son ficciones convenidas mayoritariamente como necesarias para que la dignidad humana no deserte de la dignidad que le ha sido dada. Insisto, entonces no todo es susceptible de ponerse en duda. O puede que sí. Bastaría una pregunta muy sencilla: ¿Qué hacemos con el aborto? Igual ahí ya es conveniente dudar de lo que es un derecho o incluso de lo que es humano.