En el trasiego de siglos, de astros, de almas, de cuerpos, Jesús Pino Garrobo tal vez se equivocó de época y lugar en los que vivió. Como escritor es el mejor de Toledo, aunque sean pocos quienes conocen sus poesías, sus textos en prosa que, a la manera de Goya y de Valle Inclán, relatan el esperpento grotesco de personajes y circunstancias de una realidad absurda. Quien le haya leído lo sabe. Cuando escribía clásico, Góngora, Quevedo o Lope sentían envidia de sus métricas perfectas, del ritmo vibrante de sus palabras, del equilibrio técnico de los sonetos. Y cuando escribía prosa resultaba muy difícil superar en imaginación, construcción sintáctica e inventiva. Y detrás de todo este artificio que cultivaba celosamente se encontraba el hombre afable que era y sonreía siempre, que ocultaba su timidez fantástica, su individualidad donde enraizaba su proceso creativo.
Jesús Pino Garrobo participó en el proyecto irrepetible que fue el Colegio de Infantes del barrio de La Bellota. Desde el siglo XVI nunca había ocurrido ni seguramente ocurrirá tanta coincidencia de utopías, sueños, propuestas de superación y proyectos educativos. En ese 'Infantes' de barrio la inteligencia y la sensibilidad se aunaron para dar contenido a un proyecto formativo redentor de muchachos de familias humildes que aspiraban a que sus hijos no vivieran las penalidades de la pobreza y la ignorancia que les había tocado a ellos. Él se encargaba de las ciencias, la física, la matemática y hasta la química sí era preciso; otros ocupaban las sabidurías humanísticas y, por último, el artífice de este invento único en Toledo se responsabilizaba del espíritu, de la disciplina, de la música y de que el proyecto colectivo no se hundiera entre las dificultades diarias y la envidias de la mediocridad local. Sin Jesús aquel primer Colegio de Infantes no hubiera sido lo que fue. Su sonrisa comprensiva, su paciencia sabia, su inteligencia aportaban a la locura diaria de un trabajo frenético un poso de tranquilidad que trasmitía paz y bienestar. Si la trascendencia de la vida de cualquier persona se mide por la herencia que deja a los demás, quienes le trataron, sus amigos, quienes convivieron con él serán esa gente afortunada que recibió de un hombre singular la ternura de una personalidad afable, escéptica pero apasionada, humana, profundamente humanista.