En el cuadro El Descendimiento del pintor Caravaggio, Nicodemo y Juan depositan el cuerpo de Jesús crucificado sobre una piedra. También pudiera ser el cuerpo de Francisco, antes llamado Jorge Mario Bergoglio, o el cuerpo de cualquier persona. Porque el Descendimiento que pintó Caravaggio es la historia de cada individuo que pasa por este valle de lágrimas o, mejor dicho, hac lacrimarum valle, usando una terminología más apropiada para estos días.
Si algo llama la atención sobre Francisco es la contradicción la cual, no por ser contradicción, ha de tener connotaciones negativas. Dicen que prefirió una vida sencilla y que era «amigo de los pobres». Por esta razón eligió vivir en unas estancias más modestas que aquellas que habitaron sus antecesores. Y la contradicción es clara, ya que la amistad con los pobres no se compadece con la conservación de un patrimonio gigantesco. Francisco, consciente de ello, hizo lo que pudo o, seguramente lo que le dejaron hacer. Sabido es que cuando a alguien se le inviste de autoridad -divina o humana- los atributos, abalorios y vestimentas variadas sepultan a la persona para convertirla en un personaje.
Dicen que era bueno y sencillo y nuevamente la contradicción asalta su persona, ¿cómo hizo Jorge Bergoglio para ser bueno y sencillo en aquel nido de gente tan aguda? Resulta dudoso que alguien pueda ejercer la bondad en el seno de cualquier alta jerarquía sobre la que vuelan en círculo numerosos pontífices potenciales esgrimiendo esa suave perspicacia suya tan sonriente y pacífica.
Y, ¿cómo puede ser alguien sencillo en un lugar donde los habitantes impostan esa voz aflautada y engolada con la que ellos hablan?, ¿cómo puede ser alguien bueno y sencillo cuando en las paredes de su centro de trabajo cuelgan Rafael, Caravaggio o Miguel Ángel? Se puede si se hace lo que hizo Francisco: marcharse de allí.
Líderes mundiales de todo orden y condición asisten al funeral del papa Francisco. Y también un jaro líder mundial del que podemos imaginar un comportamiento propio de la más disparatada novela cómica de Tom Sharpe. Habla un agente de seguridad: «A ver, qué dice el presidente del mundo que quiere asomarse al balcón igual que Su Santidad. ¡Se dirige hacia allí!» La Guardia Suiza se aprieta los bombachos y corren a detener al presidente de todas las Américas. Trump, asombrado por la grandeza del recinto ya imagina cómo será la nueva Casa Blanca, con más columnas y más cuadros grandes. Pero, sobre todo, puede imaginarse cómo Trump quisiera entrar en la Capilla Sixtina a dirigir la votación del nuevo pontífice, quien habría de ser a su imagen y semejanza. Veremos.