El caciquismo en algunos colegios públicos, por Yolanda Pacheco Campos

La vida en los colegios de la España rural, llamada a veces "la España vaciada", se hace realmente complicada. Podría hablar otra vez de la falta de inversión, las carencias en las instalaciones o las plazas suprimidas, pero hoy me gustaría abarcar otro asunto. En concreto, me refiero a ciertas situaciones injustas e incluso surrealistas que ocurren en algunos colegios y que parecen ser más silenciosas. Sin duda, en ningún momento habría podido imaginar el funcionamiento tan irregular que existe en algunos colegios de esta tierra. A este respecto, hay directores, los cuales actúan como si fueran caciques, que han instalado en sus colegios sistemas arcaicos y poco democráticos. Hoy en día, aunque sea triste mencionarlo, en algunos colegios existe un complejo entramado que afecta al trato hacia los maestros y los alumnos de esos centros. En este caso, todo se organiza de una manera injusta y absurda. Por ejemplo, no compartir una ideología política concreta con el director puede acabar convirtiendo la experiencia docente del maestro en un infierno. Un día puede ser un comentario sarcástico delante de otros compañeros, pero eso se convierte en el tiempo en diferencias importantes en el trato diario hacia ese profesor, la distribución desigual de sus tareas lectivas, el cuestionamiento de su método de enseñanza o incluso la difamación y las calumnias. En este sentido, tener unas ideas diferentes se acaba imponiendo al respeto y la concordia. Aunque uno no quiera concederle mucha importancia al principio, la situación se complica y desemboca en un caso de maltrato psicológico, al mismo tiempo que otros compañeros miran hacia otro lado, quizás por el miedo a las consecuencias. Además, es devastador comprobar que este trato diferenciado afecta a los alumnos, puesto que en algunos casos hay diferencias según si la familia del estudiante es afín o no al director. En definitiva, es difícil comprender cómo esto sucede hoy en los colegios públicos, una situación a la que nunca me había enfrentado en mis más de treinta años como docente. En este caso, las ideas políticas y el propio narcisismo de algunos directores se acaban imponiendo y, realmente, los niños también se ven salpicados. En un mundo en el que debería defenderse la libertad de pensamiento, siguen existiendo casos así, que indican que este no es el camino correcto. De hecho, considero que todos los recursos de la educación pública deben destinarse a los niños, no a alimentar el ego de algunas personas ansiosas de poder.