La Diada coincide con la Feria de Albacete y yo estuve por allí, de pisto. Por la capital manchega, en noche punta, se concitan hasta 300.000 personas, no muchas menos de las que había en Barcelona y escuché hablar muy poco, tirando a nada, de lo de Cataluña. Tampoco, casi, de Bárcenas, ERE y otras calamidades. De paro y crisis más, porque ese común denominador siempre está presente hasta en las fiestas.
Pero no es cosa de ningunear ni de escaparse con pretextos tontos de lo que en verdad nos viene a los alcances. La secesión de Cataluña es el nubarrón más amenazador y preocupante de las variadas tormentas bajo las que vivimos los españoles. El peor de nuestros horizontes sin duda. Porque si en la cuestión económica algunos síntomas esperanzadores son cada vez más evidentes y los claros empiezan a asomarse en lontananza y del cenagal de corrupciones emergerá, a la fuerza y del ramal de la Justicia y el clamor de las gentes, una cierta catarsis política, el asunto catalán, no hace sino envenenarse y concretarse en la peor amenaza sobre nuestro inmediato futuro.
Porque de nada sirve el pretender llamarse a engaño sobre unas intenciones descarnadamente expuestas aunque haya muchos, perseverando en un error mantenido durante lustros, que siguen cayendo en el supino error de suponerlas fintas y búsqueda de componendas. Esto es exactamente lo que parece y a ello estamos abocados a enfrentarnos en la próxima esquina. El órdago está sobre la mesa y es juego-partida.
Habrá tiempo, y será tan necesario como obligatorio, de diseccionar causas, responsabilidades, argumentos, mentiras, memorias y traiciones flagrantes. Pero hoy quizás y como prólogo, lo que me parece esencial es que asumamos, de una vez por todas, sin paños calientes y sin autoengaños suicidas, ante lo que estamos. Una inminente hoja de ruta que conduce a que Cataluña se separe de España y que nuestra nación se rompa. Así de simple y así de claro. Sin darle más vueltas.
Eso es lo que pretenden, eso es por lo que el nacionalismo catalán está dispuesto a llegar hasta el fin y para lo que han trabajado por etapas a lo largo de estos años. Que se nos caiga la venda: no han buscado el encajarse y compartir España, sino los instrumentos para caminar exactamente en dirección contraria y crear las bases emocionales para conseguirlo. Y los diferentes Gobiernos centrales, los partidos mayoritarios, en su enconada y ciega lucha por el poder, no han hecho otra cosa que alimentarlos, llegando en el caso de Zapatero, con Maragall y Montilla como adelantados, a la complicidad, la sumisión y la entrega de principios y resortes esenciales que ahora colocan al Estado en una situación de debilidad y hasta casi de indefensión extremas.
INAUDITO. La connivencia, en la que no deja de seguir establecida, del conjunto de la izquierda española con el separatismo es uno de los más inauditos y pasmosos pasajes de nuestra reciente Historia. Esa actitud, que ayer mismo demostró seguir latente, supone un añadido y una rémora determinante que imposibilita una respuesta que para poder tener alguna eficacia tiene como premisa esencial la de ser unitaria. Y ello no deja de ser sorprendente aunque solo fuera porque para el progresismo de este país, la deriva de Cataluña y ya no digamos su separación, supondría, hasta electoralmente, su suicidio.
Desgranar todos estos aspectos va a ser en el próximo futuro la diaria, y hasta obsesiva, tarea. No tengo de ello la menor duda y sí todos los temores. Como ha de serlo desde ya la exigencia al Gobierno de España de un mensaje claro a los ciudadanos, de un relato, que ahora se dice, un discurso y unas bases diáfanas y claras, como las tienen los separatistas, de posición, de principios y de respuesta. No puede quedarse en un mantra de dialogo, en una emboscada actitud agazapada.
La callada por resupesta no es ahora en absoluto prudencia sino un insensato avestrucismo y dejar sin argumento ni asidero al conjunto de la sociedad nacional que necesita imperiosamente de firmeza, principios y argumentos. Y es obligación imprescindible del Gobierno de Mariano Rajoy el dárselos de manera inmediata e inequívoca. No es de recibo, sino una total dejación de sus funciones, que la voz más clara, sin dejar de ser serena, sea la de un Albert Ribera (el líder de Ciudadanos), que parece el único en saber cual es su sitio y establecer con toda nitidez fundamentos, razones y limites. «La separación de España no es negociable».