José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Corredor de vida

25/04/2023

Llegaba el poeta esa tarde desde el fondo del pasillo de la Facultad de Letras como si regresara del tiempo, fuera del tiempo. Como empequeñecido de años, casi 94, pero crecido de sabiduría, sus pasos lentos bien escoltados por Jesús, Asun, María, los profes anfitriones que lo habían llamado una vez más a su Aula de Poesía. Allí el longevo Pepe Corredor-Matheos, último de su generación, el último de nuestros escritores vivos, como uno más, tan generoso y dispuesto como siempre, aunque ese día hubiera madrugado a la cinco de la mañana para venir de Barcelona a leernos, tan tranquilo, los versos de su libro último a un pequeño grupo de alumnos y poetas.
Y había ese punto de emoción que rompió en cerrado aplauso de homenaje al entrar, algo azorado, al aula de una facultad vacía. El agradecimiento impagable por venirnos a leer su Al borde (Tusquets, 2022), casi entero, porque son poemas breves, sin título, casi haikus, como aforismos líricos, tan desnudos y rebosantes de desnudez, donde el poeta se desdobla en otra persona, en paradoja y enigma imposibles de descifrar, en asombrado ocultamiento: «Qué gozo es saber / que, al fin, te has encontrado / y no te han de buscar». Antes había dicho a los periodistas que el título no es un preludio en razón a su edad, él se encuentra bien, sino el punto extremo —interpretando sus palabras en la lectura— de llegar a decir sin decir, el borde como arista a partir de la cual no hay escritura ni lenguaje posible; algo que adquiría plena rotundidad en El don de la ignorancia, Premio Nacional de Poesía 2002.
Ha llegado el poeta a un punto «como si lo ignorara todo», en palabras de Pedro A. González en el texto sobre su poesía que acertó al titularlo El arte de nombrar callando, abriendo el completísimo volumen colectivo de estudios sobre Corredor (Calambur, 2009). El punto donde el budismo zen es estado del espíritu y forma de ser en el mundo, donde las sombras hacen ver lo que la luz ocultaba en él, hasta «saber que tú eres nada, / acaso siendo todo», escribirá. Ser, al cabo, mundo, naturaleza, ese magnolio enorme del parque de la Ciutadella, donde suele pasear, al que se abraza, contaba a media sonrisa, «porque me da energía; cuando no hay nadie, eso sí».
Corredor afectivo, irónico, vitalista, imbatible pese a alguna intermitencia auditiva, e insistente en afirmar que Picasso «nunca emociona», aunque sea el año picassiano (cuando visitamos juntos el museo de Barcelona, nunca había escuchado a un estudioso del arte como él hablar así del más importante pintor del siglo XX, y luego, entre firmar y recibir los poemas de un alumno del taller literario, expresarnos con cierta rabia la exclusión que ha sentido en algún momento allí como escritor en castellano.
«Vivir sin desear / ni morir ni vivir», dice en el poema final del libro, como los abrazos con que se va despidiendo, sin saber uno si serán también los últimos.