«Estamos recuperando lo peor de nuestra historia»

Javier del Castillo
-

El periodista toledano confiesa que admira a Adolfo Suárez, pero cree que «se equivocó en la creación del Estado de las autonomías». De su ciudad le da pena ver «cómo una ciudad con tanto valor histórico se ha convertido en un parque temático»

Baltasar Magro recuerda de su provincia enclaves históricos como la iglesia visigoda de Santa María de Melque o el castillo de Guadamur. - Foto: Juan Lazaro

Puntualidad exquisita, acompañada de una sonrisa espontánea que le acompaña durante la larga conversación que mantenemos en una de las mesas del Café Comercial, donde apenas se ven ya poetas, pero sí una clientela variopinta que comparte café a esa hora de la tarde. Baltasar está participando también estos días en homenajes y reconocimientos por el 50 aniversario de Informe Semanal, un programa de TVE en el que comenzó en 1976, siendo un joven reportero, y que luego dirigió en dos etapas diferentes de su historia.  

Para este toledano, que creció en la calle Hombre de Palo, junto a los muros de la catedral, y que jugó en los claustros con los hijos de los empleados del templo, Madrid fue un sueño de juventud, mientras Toledo le esperaba los fines de semana para reencontrarse con los paisajes urbanos de su infancia.

«Vivíamos – recuerda el periodista y escritor – en un edificio pegado a los muros de la catedral. En mi libro 'Siete calles hacia la vida. Toledo, los años dorados de Zocodover' recuerdo que dentro de la catedral había hasta un centro de enseñanza y una escalera por la que subíamos a ver la campana gorda. El nombre de la calle, Hombre de Palo, era muy evocador, porque recordaba a un homínido construido por Juanelo Turriano (contemporáneo de El Greco), un personaje con una inventiva superior a la de Leonardo Da Vinci, pero que tuvo la mala suerte de vivir en Toledo».

En el colegio de los Maristas, con nueve años. (Baltasar es el segundo de la primera fila de abajo, empezando por la izquierda).  En el colegio de los Maristas, con nueve años. (Baltasar es el segundo de la primera fila de abajo, empezando por la izquierda). «El acueducto de Toledo era mayor que el de Segovia, de dimensiones gigantescas, y cruzaba todo el río Tajo»

Juanelo, inventor y adelantado a su tiempo – protagonista de la primera novela de Baltasar Magro –, construyó ingenios increíbles para subir el agua del Tajo a la ciudad, ingenios que, incomprensiblemente, serían después destruidos, además de máquinas voladoras.  «Carlos V se lo llevó con él al Monasterio de Yuste – comenta el escritor – porque adoraba a este personaje. En Yuste hacía robots y máquinas voladoras para que el emperador se entretuviera durante su retiro».

Para este joven septuagenario, que como periodista ha sido testigo de algunos de los acontecimientos más importantes de nuestra historia reciente, en Toledo es más importante lo que no se ve que lo que se ve. Por ejemplo, una ciudad romana espectacular, con un acueducto del que no queda más que la constancia de su existencia, pero que superaba con creces al acueducto de Segovia. «Era de unas dimensiones extraordinarias, gigantescas. Cruzaba todo el Tajo. El circo romano también era increíble y todavía está sin excavar». 

Enamorado de su ciudad, que volverá a ser protagonista en próximas novelas, me invita a imaginar lo que podría encontrarse en el subsuelo. «El abad del Monasterio de Silos, mientras contemplábamos su claustro románico, que es una maravilla, me decía que los monjes fueron a Roma, descubrieron la belleza del Renacimiento, y a la vuelta destruyeron la iglesia románica para construir encima otra renacentista. Me dijo: está aquí debajo, '¿quiere usted verla?'. Fue una de las experiencias más bonitas que he tenido en mi vida. Cuando voy a Toledo y contemplo la catedral digo: los canónigos tendrían que dejarnos bajar a ver la mezquita y, debajo de ella, la catedral visigoda. Sería maravilloso. Te cuento esto porque es sólo un pequeño ejemplo de lo que oculta Toledo».

«Me da pena ver cómo una ciudad con tanto valor histórico se ha convertido en un parque temático»

Esta visión casi idílica de Baltasar Magro contrasta con una realidad que vivió en primera persona, al tener que encauzar su futuro, una vez finalizado el Bachillerato. «Toledo, con sus encantos, no dejaba de ser una ciudad provinciana en aquella época, con unas ofertas de trabajo más limitadas que en Madrid. A finales de los 60 no se podían cursar allí estudios universitarios y todos los amigos nos trasladamos a Madrid. Fue duro. Añorábamos mucho Toledo, pero las opciones estaban en la capital de España».

Por otra parte, en sus reencuentros posteriores con la ciudad, los fines de semana, empezó a percibir que no todo era tan bonito como antes. «Me ha dado pena ver cómo una ciudad con tanto valor simbólico e histórico se ha convertido en un parque temático. Un desastre. Los distintos ayuntamientos tenían que haber saneado y habilitado el interior de las viviendas para que la gente hubiera seguido residiendo dentro de la ciudad amurallada. Toledo llegó a tener 80.000 habitantes dentro de las murallas en la época dorada de Felipe II y el Cardenal Cisneros, y bajó después de los años 60 a hasta los 14.000. Menos mal que ahora se están rehabilitando algunas casas, aunque casi todas destinadas a albergues y hoteles turísticos. Los viejos cafés de la plaza Zocodover han desaparecido. Se han cargado su encanto. No han acertado con ninguna de las reformas que han hecho en la plaza y hoy es una explanada fría, de piedra. Eso sí, sigue siendo un lugar ideal para quedar, por su ubicación, a pesar del trasiego continuo de turistas».

«Juanelo fue el gran sabio de la ciudad, el sabio perdido, que yo me encargué de rescatar en mi primera novela»

Dentro de lo que pudo haber sido y no fue, el exdirector de Informe Semanal, recuerda la importancia que tuvo la damasquina, una de las artesanías más importantes de la ciudad en la época árabe, o la industria de la espadería. Aquellas espadas auténticas, recuerda Baltasar, son hoy espadachinas de regalo. «Algunos dirán que hoy tenemos una ciudad más moderna. Y respeto esa opinión, pero yo me considero un señor del casco histórico». 

Un señor del casco histórico al que tampoco le preocupa que le puedan calificar de escritor localista, por elegir Toledo como escenario de sus creaciones literarias. «Me da igual lo que se diga. Yo escribo sobre lo que me gusta y sobre aquello que considero que puede interesar a los lectores. De todas formas, sólo siete de los quince libros que he escrito están relacionados con Toledo y son historias muy distintas». 

Respecto a los reconocimientos de su ciudad, justificados por una obra literaria vinculada a sus raíces toledanas, dice sentirse muy satisfecho. Recuerda el homenaje que le hizo la Biblioteca de Castilla-La Mancha y el premio Juanelo Turriano, concedido por el Instituto que lleva el nombre de este maltratado personaje, amigo de El Greco. «Juanelo – apostilla Baltasar – fue el gran sabio de la ciudad, el sabio perdido, y que yo me encargué de rescatar en mi primera novela».  Tampoco olvida el premio otorgado por la Academia de las Artes hace unos años.

En el recuerdo de Baltasar Magro ocupan lugar destacado la restaurada iglesia de Santa María de Melque, una de las grandes joyas arquitectónicas de la provincia de Toledo; los tesoros visigodos y las excavaciones llevadas a cabo en Guarrazar; así como el impresionante y bien conservado castillo de Guadamur, escenarios todos ellos de las películas que rodó con sus amigos antes de iniciar sus estudios de Historia del Arte y Periodismo en Madrid. 

Aunque ya no esté en primera línea de fuego y pueda contemplar el espectáculo desde la barrera, el escritor y periodista sigue con el máximo interés todo lo que está pasando. Al igual que ocurre con su obra literaria, le importa poco si sus opiniones son o no compartidas por quienes manejan los relatos y discursos institucionales.

No, no le gusta en absoluto el clima de crispación y de enfrentamiento en el que estamos. «La radicalización de las posturas, la falta de diálogo, de consensos y de generosidad, sinceramente, me parecen muy preocupantes. En todos los años que llevamos de democracia no había visto nada igual. Estamos recuperando lo peor de nuestra historia: padres que casi no pueden hablar con los hijos. Hay mucho dogma y poco análisis y reflexión. Alguien me dijo una vez que en España no habría solidaridad y entendimiento hasta que no murieran todos los que tengan algún recuerdo de la guerra civil». Hasta que no pasemos página y nos olvidemos de aquello, según Baltasar Magro, el futuro de España seguirá siendo incierto.

«Admiro a Adolfo Suárez, pero creo que se equivocó en la creación del Estado de las autonomías»

Respecto a las exigencias independentistas, considera que se habrían evitado con un planteamiento distinto al afrontar el diseño del mapa autonómico. «Yo admiro a Adolfo Suárez, pero creo que se equivocó en la creación de las autonomías. Les tenía que haber dado la autonomía a Cataluña y al País Vasco, y se acabó. ¿Por qué digo esto? Porque lo que más fastidia a catalanes y vascos es que no se les diferencie de los demás. El gran error de su gobierno fue lo del café para todos». Tampoco le gusta que los políticos prometan más de lo que realmente pueden ofrecer, porque el exceso de oferta provoca luego la desilusión de mucha gente. 

En cuanto a la realidad identitaria, hace la siguiente reflexión: «He viajado mucho a Barcelona, tengo amigos allí, y son como los toledanos. ¿Dónde está la diferencia? Hablamos de las mismas cosas de las que yo hablo en Madrid y Toledo, salvo que topes con algún catalán muy cerrado. En globalidad, Andalucía sí que es diferente al resto de España por cultura, costumbres y hasta por su forma de hablar».  

A punto de entregar dos nuevas novelas, cuya trama también está situada en Toledo, uno tiene la impresión de que Baltasar Magro no echa de menos ni los doscientos reportajes que hizo para Informe Semanal, ni los dos mil que visualizó siendo director del programa más longevo de TVE. El periodismo ha pasado a segundo plano, aunque no así el recuerdo de los programas especiales sobre el intento de golpe de Estado del 23-F – nominado para los Premios Emmy en EEUU–  o el dedicado al asesinato de Miguel Ángel Blanco. Otro trabajo premiado – emitido en «Documentos TV»–  tuvo como protagonista a la exetarra Yoyes, asesinada por la banda terrorista en la feria de Ordizia (Guipúzcoa) mientras jugaba con su hijo de tres años.  «Contar la historia de Yoyes fue espeluznante. Un rodaje muy complicado, en el que colaboró la familia de la víctima, además de dirigentes del mundo aberzale».

Aquellos éxitos profesionales se han ido diluyendo, mientras se reafirma en su nueva faceta de novelista, con historias sorprendentes y misteriosas de Toledo en primer plano. «Me moriré y no habré contado más que una pequeña parte de la potencia que hay ahí dentro», apostilla, mientras se pregunta por qué en los tiempos modernos Toledo seguía persiguiendo a Juanelo.

«Toledo, con miles de años de historia, es indestructible»

Las primeras imágenes que recuerda de niño en aquel Toledo de los años 50, además de la Catedral y de la plaza del Ayuntamiento, son una sinagoga reconvertida en tasca y el Cine Moderno, donde veía sesiones dobles. Su padre trabajó de funcionario del Instituto Nacional de Previsión, que tenía su sede en un bonito edificio del siglo XIX, cerca de la plaza Zocodover, mientras el pequeño Baltasar, único varón de cuatro hermanos, crecía a la sombra de monumentos y leyendas, alimentadas por superproducciones americanas. 

«En la adolescencia tuve amigos inquietos, que querían hacer muchas cosas. Entre otras, recuperar la figura de Juanelo Turriano. En los años sesenta, intentaron hacerle un monumento a este sabio de origen italiano y el Gobierno Civil lo prohibió. Yo era muy curioso de niño y me dejé seducir por los secretos y misterios de Toledo, así como por las leyendas que escuchaba contar a los mayores», explica Baltasar Magro.

También se dejó cautivar por el cine, llegando a trabajar como doble de Julián Mateos en la adaptación al cine de 'La Celestina'. Le pido que me hable de algunas experiencias descritas en su libro 'Siete calles hacia la vida'. Sí es cierto que, en los decorados naturales de Toledo, junto al Tajo, conoció a Raquel Welch; sí, como dice, Salvador Dalí le regaló un dibujo y sí cambió impresiones con Luis Buñuel en uno de sus rodajes.

Aunque admite que en la historia que cuenta sobre Raquel Welch hay algo de ficción, confirma que estuvo toda una mañana a su lado aprovechando el descanso de un rodaje. «Toledo – cuenta Baltasar – es un decorado natural precioso, espectacular, y durante los años 60 y principios de los 70 se hicieron muchas películas. Buñuel era un enamorado de la ciudad. Yo le conocí allí cuando rodó 'Tristana'. La historia de Claudia Cardinale, que estuvo a punto de ahogarse durante una crecida del río Tajo, mientras protagonizaba la película 'El gran circo', no la viví, pero me la han contado y hay testimonio gráfico de aquello. Con Salvador Dalí estuve una mañana en uno de los cafés de la plaza Zocodover, con aquellos camareros elegantes y mesas con mantel. Lamentablemente, aquellos cafés – El Español, El Suizo y El Toledo–  han desaparecido y Zocodover se ha convertido en un trasiego de turistas».

Aunque lamenta que ningún ayuntamiento haya sido capaz de encontrar soluciones que evitaran el abandono del casco antiguo, Magro no teme por el futuro de Toledo. «Una ciudad, como Toledo, con miles de años de historia – afirma–  es indestructible; tiene tal fortaleza, tal legado, tantas cosas que ofrecer, que habrá movimientos capaces de recuperar ese casco histórico».

Sin embargo, la experiencia del pasado no avala esta previsión optimista. «Cuando yo hacía prácticas de periodismo en el diario 'Alcázar', el único periódico que había entonces en Toledo, estábamos todos los días reivindicando la peatonalización de la ciudad. Han pasado cincuenta años y esa reivindicación sigue pendiente».

Baltasar afirma a continuación que la vista más bella de la ciudad se obtiene desde el Parador de Turismo, y que su lugar preferido para reencontrarse con sus raíces es el barrio judío y sus dos sinagogas. En definitiva, las calles por las que corrió siendo un niño.