José Luis Loarce

Con Permiso

José Luis Loarce


Correspondencia y subtítulos

26/09/2023

Escribo de dos pequeños atadillos de correspondencia editados recién. De sendos libros de cartas, una fuente documental tan importante como un yacimiento arqueológico. Porque hasta anteayer los escritores se escribían cartas y desmenuzaban su alma oculta, las intimidades y miserias que no afloraban en lo publicado ni en lo inédito; ahora, como no asciendan historiadores y filólogos a la nube digital o excaven —no sé cómo— en mundos virtuales, ese venero de conocimiento para la cultura, que ha nutrido tantas bibliografías y exposiciones, desapareció.
Son No se parece usted a nadie. La correspondencia entre Flaubert & Baudelaire (Alpha Decay) y Richard Strauss & Stefan Zweig. Correspondencia (1931-1935) (Acantilado). Como páginas que llegan inesperadas, acaso depositadas en el limo de un oleaje calmo en medio del sueño de la vida. Vidas de escritores, de intelectuales perseguidos y sospechosos, en dos espacios y tiempos distintos. Genios a contracorriente. «Es usted resistente como el mármol y tan penetrante como la neblina inglesa», le escribe el autor de Madame Bovary al atormentado poeta de Las flores del mal en 1857, ambos procesados por daños a la moral pública. Cartas educadísimas, de mutua admiración, siempre de usted, a veces intrascendentes, pero un modo de comunicación más frecuentado que en persona, lo que también se produce en la relación epistolar entre el judío austriaco que huyó del nazismo y el afamado compositor alemán, muy considerado por el régimen, cuando preparan libreto y música de la ópera La mujer silenciosa, estrenada en Dresde en 1935, en pleno ascenso hitleriano.
Las dudas y el sufrimiento interior, el yo creador enfrentando a un mundo hostil, las autoexigencias y las añagazas del poder y de la sociedad aparecen en este pudoroso desnudarse a través de las cartas, en estos y otros muchos casos. Son autorretratos personales y fotos fijas de una época, que se entrevén siempre en esas líneas sinceras, desgarradas a veces, impúdicas incluso; epistolarios en los que uno se adentra con cierta cautela, con la incomodidad del inopinado voyeur de la literatura.
Pero reparo al final en autorías en las que nadie se fija y son fundamentales. En los traductores: Ignacio Echevarría, que además firma la edición crítica, en el dueto francés, y Carlos Fortea. Y me pregunto, a continuación, quiénes firmarán y se responsabilizarán de las traducciones del catalán, el euskera y el gallego al castellano en esta democracia de Babel en que se ha convertido el Congreso de los diputados. Aquí las lenguas regionales españolas (cooficiales solo en su comunidad y merecidamente protegidas, incluso a costa del castellano) serán para los independentistas más armamento de su identidad, pagando —por seguir en la Moncloa— la vil moneda de la incomunicación entre españoles en el foro de la soberanía nacional, del debate y el entendimiento mutuo, del acuerdo y la razón. ¿Sabrán los responsables de este despropósito que el traducir es un oficio creativo e intelectual (y aquí jurídico: más delicado), harto complejo, y el doblaje un género de la interpretación? Democracia subtitulada.