El síndrome de Down es un trastorno genético que afecta aproximadamente a uno de cada 700 nacimientos en todo el mundo, y se produce por la presencia de una copia extra del cromosoma 21. A diferencia de una enfermedad, esta alteración genética no tiene cura, pero con el apoyo y los servicios adecuados, las personas con esta condición pueden llevar una vida plena y productiva. De hecho, después de dar pasos de gigante en su integración social y educativa, abrieron de par en par la puerta laboral y ahora ponen todo su empeño para echarla completamente abajo.
La inserción en el mercado laboral es un muro alto y fortificado que los ciudadrealeños Manuel Armando Valladares y Sara Melero pretenden derribar a base de esfuerzo e ilusión. En este desafío no están solos, cuentan con el inestimable apoyo de sus familias, de la asociación Down Caminar y de las empresas que se han sumado al Programa Máster, una iniciativa para acercar a los jóvenes con discapacidad intelectual a la universidad y a un empleo de calidad. Manu, de 19 años, completó sus prácticas en la tienda Álvaro Moreno. No hubo polo o camisa que se le resistiera: «Me gusta mucho este trabajo y me he llevado muy bien con mis compañeros, me han ayudado mucho».
De su desempeño dio fe Marta Carbelo, encargada de este establecimiento comercial: «Es un chico muy trabajador, está pendiente de todo y dispuesto a realizar enseguida lo que le mandes». Caminar Down se puso en contacto con Álvaro Moreno para ver si podía acoger a chicos en prácticas y les pareció una gran idea. «En nuestra empresas suelen contratar a personas con síndrome de Down u otras capacidades diferentes», apostilló.
Sara, de 20 años, realizó sus prácticas en el restaurante KFC, en el barrio del Nuevo Hospital. Su trabajo consistió en recoger las bandejas, limpiar las mesas, reponer las bebidas y cualquier otra cosa que hiciera falta para echar una mano a sus compañeros. «Me gustaría seguir trabajando aquí», reconoció. Tras la jornada laboral, lo que más le gusta es disfrutar junto a sus amigos en la piscina.
Manu Valladares coloca ropa en la tienda Álvaro Moreno, con la ayuda de un compañero. - Foto: Rueda VillaverdeManu y Sara no fueron los únicos alumnos del Programa Máster en tener su primer contacto con el mundo laboral durante el mes de junio. Cristina Arroyo puso en práctica su formación en recepción y atención al cliente en el hotel NH, y Ainhoa Arévalo también trabajó, en el turno de tarde, en el restaurante especializado en pollo frito. Además, su compañero Diego Pedrajas fue contratado en una estación de servicio, gracias al convenio suscrito entre Repsol y Down España.
«El balance de esta primera edición de las prácticas es satisfactorio. Estamos muy contentas, porque han sido muchas las empresas que han querido colaborar y para los chicos, que están muy bien formados, ha sido una motivación estupenda», afirma Celia Muñoz, coordinadora del Servicio de Integración Social y Laboral de Down Caminar, que reconoce que ya tienen lista de espera para el próximo curso. Sostiene que haber impartido las clases teóricas en un entorno universitario (Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos) «ha sido un plus para los estudiantes».
Inquietud. El Programa Máster nace de la inquietud que tienen estos chicos y chicas de seguir formándose para acceder a un puesto de trabajo. Comprende dos cursos académicos. El primero es teórico, con profesores de Down Caminar y Laborvalía que imparten clases sobre competencias digitales, inglés, habilidades profesionales y salud y bienestar, entre otras materias. Se centra en cuatro grandes áreas: operaciones básicas de logística y almacén, recepción y atención al cliente, gestión de administración y guía turístico.
Sara Melero saluda a una clienta en el restaurante KFC de Ciudad Real. - Foto: Rueda VillaverdeEl segundo curso refuerza esa formación teórica con prácticas. «El objetivo fundamental es que los chicos tengan un primer contacto con el mundo laboral y que los empresarios, a su vez, vean que es gente que está dispuesta a trabajar y que puede desempeñar sus funciones perfectamente e integrarse en las plantillas», remarca Muñoz. «La autonomía juega un papel clave y estos chicos están muy preparados en ese aspecto», añade la presidenta de la asociación, Gema Cabanes.
Del aula a la primera experiencia laboral - Foto: Rueda VillaverdeLos participantes tienen entre 18 y 25 años, un tramo de edad «un poco olvidado» en este colectivo, en el que una persona sin discapacidad, por regla general, continúa formándose y no ha entrado aún al mercado laboral. «Nos hemos saltado esa parte porque estos chicos envejecen antes y si empiezan a trabajar a los 35 años, luego a los 40 empiezan los primeros problemas y se tienen que jubilar, su vida laboral es muy corta», explica Celia Muñoz, que considera que hacen falta más programas de estas características en Ciudad Real, dedicados a personas que necesitan un pequeño empujón para encontrar trabajo y experimentar un gran avance en sus vidas.