Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Trillo no es racista

28/07/2023

Nunca me he fiado de los samaritanos mediáticos. Prefiero el consejo del Evangelio: «Cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha». Y de todo lo que hace el chef vallecano Chema de Isidro se enteran hasta en la China popular. O al menos lo intenta. Tiene tal control de las redes y de los medios de comunicación que todos sus proyectos alcanzan máxima difusión. Así ha sido también con el restaurante La Cascada de la Raspa, un proyecto desarrollado en el pueblo alcarreño de Trillo por la ONG Gastronomía Solidaria. Gracias a esta iniciativa culinaria, el cocinero asegura que en los últimos 15 años han atendido a 4.000 chicos en riesgo de exclusión. Por sus fogones han pasado jóvenes que llegaron a España en patera, pandilleros y drogadictos. 
El restaurante de Trillo lo abrió en el mes de marzo en uno de los rincones más bellos de toda Guadalajara. Se ubica en un esquinazo en el que la cascada del río Cifuentes rompe con fuerza hacia el mismísimo Tajo. En aquellos primeros días, el gerente de ese negocio solidario nos contó que se había enamorado del lugar porque acudía a Trillo a pescar. Pesca sin muerte, no vayan a enfadarse los ecologistas. De Isidro nos convenció a todos. Su cocina solidaria iba a salvar a una veintena de chavales. No sabían de cocina, pero para eso ya estaba él. Ese trabajo les iba a servir para salir de la droga, para escapar de las bandas latinas o para dejar de delinquir. Adiós a robar, a atracar, a pasar hachís y a esnifar pegamento. ¿Quién podía estar en contra de una iniciativa con fines tan sanadores?
No ha pasado ni medio año desde su apertura y el negocio no está yendo como se esperaba. Ni para el chef vallecano ni tampoco para el Ayuntamiento de Trillo, propietario del local, que puso todas las facilidades para que comenzara a andar. Chema de Isidro cree que todo se acentuó a peor tras lo que él llama 'accidente', que no fue otra cosa que un apuñalamiento entre dos trabajadores del restaurante en la vivienda que compartían. Un juego, dice, como si todos anduviéramos por ahí jugando con machetes y navajas mariposa. Ese suceso, que no ha aclarado el director de la ONG Gastronomía Solidaria, asegura que ha sido la puntilla para que el pueblo deje de ir al restaurante. Y con ese control de los medios que tiene se fue a El Mundo para denunciar un supuesto boicot. «El chef sospecha que lo que no le gusta a la gente del pueblo es la biografía del chico que pone las cañas, el pasado de la joven que acerca las raciones y esas manos negras de la que está en la cocina». Y la sospecha se elevó a categoría para echar mierda contra todo un pueblo, tildándolo de racista y, en parte, de delincuente. 
La telebasura, escasa estos días de porquería con el suficiente olor a excremento, ha comprado la mercancía. No se han preguntado si el problema es de la gestión deficiente del negocio. Ni en ese primer artículo ni en las primeras vomitadas televisivas han reparado en que el propietario no ha pagado al Ayuntamiento ni el alquiler ni las facturas de la luz. Tampoco nadie se ha preguntado por qué en todos los bares del municipio hay personal extranjero y jamás ha habido ningún problema. Pero vende más que Trillo -todo el pueblo, no una parte- es racista. Esos paletos asilvestrados que no saben comportarse ante los chavales sacados de la calle por un buen samaritano. Y ha llegado un líder de Madrid a poner orden, pero no le han comprendido. Dice que se marcha y, honestamente, creo que ya está tardando. Mejor hoy que mañana. Y, como conozco bien a las gentes de Trillo, no tengo duda de que sabrán darle la vuelta a su imagen, emponzoñada de forma tan canalla como injusta.